domingo, 9 de octubre de 2016

La tercera. La exposición de Andrés Guerrero en el Rincón del gato

Fue contarle a Andrés Guerrero que por desgana, porque ya van cinco o seis años casi a exposición mensual, porque hay que escribir los paratextos y editar las entradas del blog, porque a algunos jefes de departamento casi no nos dan una digna reducción horaria que compense el tiempo dedicado a su gestión, cada vez se me hacía más cuesta arriba montar las pequeñas exposiciones del Rincón del Gato... fue contárselo y ofrecerse a echar una mano de todos los modos posibles. Esta exposición, por lo que a mí respecta, debería llamarse la tercera mano (amiga)
Mi otro colaborador, Ricardo Duerto, tambíen ha sacado de la recámara propuestas varias, que darán su fruto a lo largo del curso. Es más remiso que Andrés a la hora de enseñar sus cosas, sus espléndidas fotos, pero no pierdo la esperanza de que en algún momento algo, un pronto, un comentario, alguien, quizá, le lleve a hacerlo. 
En cualquier caso, tengo que decir que ellos dos no es que me ayuden, sino que nos ayudamos unos a otros. Están detrás, pero hacen tanta o más fuerza que yo para sostener lo que cada vez pesa más.
J. Brox




Texto de presentación escrito por Andrés Guerrero:


La Tercera

Para alguien como yo, a quien ni se le ocurre pensar en ponerse grados ni mucho menos calificativos, esto de estrenar una tercera exposición en el breve tiempo de siete años, se me hace algo casi milagroso.

La primera fue una recopilación de los linograbados que me dio por realizar en los 90. Me animaron Ricardo Duerto, Javier Brox y Alberto Martínez, viejos y queridos amigos, y fue una sensación especial.

La segunda fue una exposición de fotos con el Moncayo como tema único. Eran fotos de veinticinco años de andar errando por las faldas del Moncayo y de sus pueblos, mecido por sus fragancias y acunado por sus brisas e incluso zarandeado por el cierzo. Me encantó poder mostrar lo que he vivido y degustado durante tantos años y en donde lo determinante era mi ojo y su vinculación emocional y sentimental. Disfruté del resultado.

Y ahora la tercera: una tercera exposición donde hay una breve selección de lo que vengo realizando en estos últimos años: dibujos, acuarelas, serigrafías, grabados… todo lo que se me ofrece lo acepto y me entrego a la pasión de descubrir las posibilidades que tienen esas artes y técnicas en mis limitadas capacidades. Y me descubro al contemplar las primeras acuarelas y mis últimos dibujos. Me descubro al pensar en el poco tiempo pasado y en tanta inmensidad de visiones que me tocan el corazón y que debería y querría plasmar en papel.

Y en estos días de septiembre en que no sé si por la calentura de estas temperaturas que hemos sufrido o por el recalentamiento  global de mis neuronas, descubro un verso de Antonio Machado que me deja perplejo, porque lo descubro mientras paseo y tarareo uno de aquellos poemas  musicados por Serrat. Lo he tarareado y cantado tantas veces que me asombro de mi embotamiento al no haber descubierto mucho antes lo que un paseo de septiembre me muestra con una claridad meridiana.
El poema es el titulado “Las moscas” y el verso que me agita es el que dice:

“[…]Moscas de todas las horas,
De infancia y adolescencia,
De mi juventud dorada
De esta segunda inocencia
Que da el no creer en nada,
en nada[…]”

Y me encasquillo en la palabra inocencia y mi pensamiento se enrosca y, hendiendo el tiempo y mi historia, me sumerjo en recuerdos de mi primera inocencia, amplificado por descubrimientos, sensaciones, recuerdos y personas. Y veo mi primera inocencia como algo inconsciente, que duró lo poco que dura la inocencia en general, que se fue deshilachando al albur de las experiencias y de los aprendizajes, de los contactos, de las amistades y de ese destino que nos señala con frecuencia lugares inusitados donde podríamos haber naufragado mucho antes o donde habíamos de naufragar para ser lo que hoy somos.

Me detengo a rebuscar esa segunda inocencia de la que Machado habla y también la encuentro, demasiado cercana, aún incluso sin terminar de desenvolver. Una inocencia casi sobrevenida por el devenir de tanta acumulación de experiencias, por tanto haber vivido, y se me agria un poco la sonrisa. Ese escepticismo que no tiene nada de inconsciente como la primera inocencia, sino que  es más que consciente, casi diría doliente. Es un resultado, pero no algo primigenio. Ha perdido ese asombro para transformarse en distanciamiento y ajenidad.

Y me siento influenciado por esta tercera exposición y me pregunto en un momento de alta temperatura cerebral, casi febril: ¿Habrá una tercera inocencia?

Y pasan los días y la respuesta se va asomando a mi neurona. Y definitivamente afirmo que sí, que hay una tercera inocencia que no podría versificar sin caer en el ripio o afrentar a los poetas. Creo que hay una tercera inocencia que es la que da CREER: Creer en todo, creer en todos.

Es esta, a mi parecer, una inocencia hiperconsciente, ya que necesita como primer paso del ejercicio de olvidar, empezando por olvidarse de uno mismo, para poder recibir como novedoso cuanto se nos acerca, cuanto vivimos. Es una inocencia que tiene algo de primordial, ya que no es selectiva, sino que se extiende a cada criatura, a cada objeto, a cada brizna de luz.

Dice mi profesora de dibujo, Francisca Zamorano, que “Dibujar es una manera diferente de ver el mundo” y yo, desde esta tercera inocencia en la que disfruto instalándome, acepto y asiento como axioma que es. Solo podemos dibujar, pintar, grabar, artistear o como lo queramos llamar, desde una posición de inocencia: igual da la primera, la segunda o esta tercera por mí planteada. Inocencia entonces sería mirar la verdad de las cosas, la realidad de las cosas sin otro afán que vivirlo como un reconocimiento de esa instantánea vital que da plenitud a nuestras pupilas, a nuestro pensar y a nuestro sentir.

Andrés Guerrero Serrano
Zaragoza, octubre de 2016


Fotos de Algunas de las obras expuestas. Se incluyen también fotos del proceso de elaboración. Fuente: http://arsvitalis.blogspot.com.es/




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