sábado, 9 de abril de 2016

La ley del contraste, entre dos piedras feroces sale un superhéroe dando voces



“… en clave de retórica, la compañía de las miserias no disminuye las grandezas, sino que, por el contrario, no hace sino resaltarlas y subirlas. Es la ley del contraste, que con sencillo acierto supo enunciar un personaje del Decamerón: entre medias de cándidas palomas añade más belleza un negro cuervo de cuanto pueda hacerlo un blanco cisne.” (Sánchez Ferlosio, Rafael, Vendrán  más años malos y nos harán más ciegos, Destino, 2001, p. 31)











jueves, 7 de abril de 2016

¡Cierzo de moderado a fuerte en el valle del Ebro! ¡Acabáramos!

Autor del gif: Fuente del gif:  Kajetan Obarski (Fuente)

Desde que el histórico Mariano Medina se extinguiera muchos años ha, el boletín meteorológico televisivo no solo ha ido empeorando progresivamente, de forma lenta pero segura, sino que, al tiempo que se degradaba, fue alargándose más y más, hasta formar junto con la información deportiva, el bloque más largo de la información de los telediarios. No es que a mí me importe mucho, porque no atiendo a esa llamada que en muchos hogares se hace a voz en cuello cuando se sabe que el oráculo meteorológico va a empezar a dar sus previsiones. ¡El tiempo!, se oye retumbar por los pasillos, y hasta quien tenía la taza del váter al alcance acelera los trámites y, así , por unos instantes, sentirse feliz por saber lo que le va a ocurrir al cielo al día siguiente.
Mi problema con el boletín, a parte de que no sé abreviar ciertos trámites, es que no me entero. Brasero ha acabado de gesticular y parlotear como un aplicado petit maître y yo sigo allí frente al televisor sin haber podido concentrarme, sino es en su indumentaria, en su estatura o en las palomas que dibujan sus manos mientras hace aparecer y desparecer mapas, nubes, cordilleras, como si de un feo dios de barriada se tratara. A veces, cuando estoy algo melancólico, consigo concentrarme y llegar a la conclusión de que lloverá o hará sol. Habrá viento de moderado a fuerte en el valle del Ebro, es uno de mis mantras preferidos y cada vez que lo cazo, sonrío y pienso, qué grata sorpresa, qué variable es la rutina aragonesa, polvo viento y sol.
Creo, sin embargo, que el problema de fondo de mi incapacidad para concentrarme en el boletín, incapacidad que se alterna en las jornadas de calma chicha con una impaciencia infinita que me lleva de nuevo al váter, aunque no tenga ganas de na, se debe al hecho de que hace tiempo que en las previsiones metereológicas, como en general en los reportajes de muchos corresponsales, lo que cuenta no es el mensaje trasmitido, sino la retórica hueca, ese plus de inútil gesticulosidad, de vanas inflexiones de la voz, que más parecen características de un vendedor a domicilio de cacharros mágicos que de un periodista hecho y derecho. Ver cómo se engolan hasta el punto de que parecen pavos reales parlantes o cómo se recrean en los medios técnicos puestos al alcance de sus dedos, cómo abusan de mi paciencia alargando los contenidos, agarrando el micro como si fueran estrellas del pop, me desespera.
El origen del mal se encuentra, como señaló Ferlosio, en aquel periodista llamado J. Hermida, que había renunciado a su acento murciano de origen, para subirse a la nube de la máxima redichez:

No sé si a lo que aspiraba, con las mejores intenciones, era a hacer del hablar televisivo un arte nuevo. Pero esta misma pretensión no podía ser sino algo inconscientemente sugerido por la perversidad del propio medio; sólo en el seno de éste cabe la aberrante idea de que la función de la información no tiene por qué ser, al menos idealmente, una y la misma en cualquier medio, sino que admite variantes, tanto de estilo como de sentido, adaptadas a cada situación y cada receptor. El resultado era que su actuación incidía literalmente como una interferencia en el camino de la transmisión entre las noticias y sus receptores; su voz, su dicción, su arbitrariedad en la articulación sintáctica, su expresión, sus gestos, mucho más que como vehículo transmisor, actuaban como interferencias en la transmisión misma; se habría dicho que su intención era impedir, descombinándolos o recombinándolos en otro sentido, los contenidos mismos, como alguien que, al tiempo que nos está diciendo algo, hace toda clase de ruidos y muecas con la boca, impidiéndonos entender lo que nos dice, o como tratando de alterar o boicotear el contenido mismo”.

No quiero ni pensar a dónde podría haber llegado Hermida con sus uves hablando de lluvias fricativas labiodentales sordasLo cierto es que desde que pervirtió el medio, la cosa ha ido a peor y ya no se salva ni el tiempo. ¡Artistas del medio, modelo que imitan los alumnos de periodismo, los aspirantes a brujo televisivo, a mí no me vais a pillar ni a atontar con vuestras danzas hipnotizadoras, como si fueseis la serpiente Kaa. No os creo, mercaderes del tiempo que hará. Antes de ir corriendo al cuarto de estar para enterarme de si habrá cierzo moderado o fuerte, prefiero encerrarme en el váter pequeño, muy pequeño, por cierto, de mi casa!

miércoles, 6 de abril de 2016

Morir en primavera: Manolo Tena


Hace dos días murió M. Tena. No era santo de mi devoción. Eso de "pasión gitana y sangre española, cuando estoy contigo a solas", me resulta impotable, aunque se deba a razones comerciales, aunque sea en una caracola. Además, noto en muchos roqueros una falta de densidad que suplen amanerándose, afectándose, adoptando una pose que me es antipática. En ese terreno, casi al único que soporto es a G. Alix, príncipe de una subcultura que trasciende casi en cada foto. Pero ver a M. Tena en el reciente reality de la Sexta me reconcilió un poco con este héroe de la movida madrileña, que yo no viví en su momento cumbre porque estaba fuera. En ese reality, Tena hablaba como uno del foro, un madrileño de la Ribera de Curtidores -de donde no era, por cierto- con ese acento achulapado, pero simpático. Más simpático aún si las cosas que decía las decía enfundado en esa imposible cazadora roja de cuero, con ese andar renqueante, consumido, que quien se despide de la vida, pero desde la vida, todavía coleando, a dos pasos de la muerte, triste y salvaje, camino del mar.


lunes, 4 de abril de 2016

Y yo me quedo con estos pelos: desperezarse del hechizo del sueño/Quien pierde la mañana, pierde el día


Le lever (Achille Devéria), 1829 (Fuente de la imagen)

Entre la materia orgánica de la que nos desprendemos, los pelos ocupan un lugar destacado gracias a su capacidad de evocación, de lo agradable y de lo desagradable. Junto con las uñas, son seguramente lo que mejor simboliza nuestro estado fronterizo entre lo bestial y el refinamiento. Quizá por eso, las dos cosas son objeto de un sinfín de embellecimientos, lacas, postizos, mechas, limados…Quizá por eso, todavía más que el desayuno o las abluciones, peinarse por la mañana marca la frontera entre el día y la noche  y quien no lo hace sigue bajo el hechizo del sueño. Pasarse el peine a la búsqueda de la raya para quien aún se la puede permitir, o, como en mi caso, recordar los tiempos felices en los que el peine entraba como Moisés en el mar rojo, tiene el significado simbólico de separar las tinieblas de la luz. Quien rehúye el cepillo, rehúye el contacto con el día, con la gente, prefiere mantenerse en un estado indiferenciado más cercano a la bestia que al gentleman. Parafraseando a Benjamin, se puede decir que hablar de los sueños sin haber acometido el primer peinado es traicionarse a uno mismo, pues solo desde la otra orilla, desde la claridad del día, es lícito “apostrofar al sueño con el poder evocador del recuerdo”.


Un texto del inabarcable Benjamin sobre los estados fronterizos al amanecer: 



Título: Dirección única Autor: Walter Benjamin Traducción: Juan J. del Solar y M. Allendesalazar Editorial: Alfaguara, 1987.







Le lever. Suite d'Estampes et Seconde Suite d'Estampes pour l'Histoire des Moeurs et du Costume des Français dans le 18e siècle, 1875



 Le réveil de Montaigne enfant (Edouard Hamman)

Le réveil à l'auberge


 Le réveil au camp (Cham)

 Le lever (Achille Devéria), 1829


Imagerie d'Epinal. N° 4213, Réveille-matin vêtisseur automatique, 1906

(Departamento de inactividades)

Tres rincones tiene mi cama: estados de ensoñación:




Like an angel passing through my room (Benny Andersson and Björn Ulvaeus).
Long awaited darkness falls/casting shadows on the walls
in the twilight hour I am alone/sitting near the fireplace
dying embers warm my face/in this peaceful solitude
all the outside world subdued/everything comes back to me again
in the gloom/like an angel passing through my room
Half awake and half in dreams/seeing long forgotten scenes
so the present runs into the past
now and then become entwined
playing games within my mind
like the embers as they die
love was one prolonged good-bye
and it all comes back to me tonight/in the gloom
like an angel passing through my room
I close my eyes
and my twilight images go by
all too soon
like an angel passing through my room



Cae las oscuridad que he esperado / Proyectando sombras en las paredes /  Estoy sólo al atardecer/ Sentado cerca de la chimenea, / las brasas que se apagan / calientan mi cara
En esta tranquila soledad
Fuera todo está quieto y vuelve a mi otra vez / En la penumbra /Como un ángel pasando a través de mi habitación /Medio despierto y medio en sueños /Veo escenas olvidadas hace tiempo / El presente corre hacia el pasado /Ahora y después se entremezclan /jugando  en mi cabeza / Como las brasas cuando mueren /El amor fue un/prolongado adiós /Y todo vuelve a mi esta noche
En la penumbra / Como un ángel pasando a través de mi habitación
Cierro los ojos /Y mis imágenes sombrías huyen
demasiado pronto /Como un ángel pasando a través de mi habitación.

domingo, 3 de abril de 2016

Olivares de ciudad, belleza estéril



La domesticada naturaleza urbana
-aseadas zonas ajardinadas, setos cortados a navaja, parterres rectilíneos, aburridos corredores de césped, pequeños estanques ensimismados- se rebela en las juntas de la baldosas de los barrios, a través de las que asoman delicadas plantas vulgares, en los alcorques agredidos por abruptas raíces que se desperezan, en árboles tumbados por el cierzo hipohuracanado. En ese crisparse de las pacíficas relaciones entre hombre y naturaleza renace la idea que ésta pudiera haber existido en algún momento como algo ajeno a la mano aquél. Nada de eso, la mera idea implica intervención de uno sobre la otra. La naturaleza bruta no es más que una utopía, que quizá tenga que ver con el jardín del Eden, el apocalipsis o el diluvio universal: "...en lo que a estas cosas se refiere, una grandísima parte de lo que decimos natural, no lo es; sino que, antes bien, es del todo artificial" (Leopardi, Elogio de los pájaros). Una de las acepciones de lo llamamos cultura se refiere a toda intervención del hombre sobre la llamada naturaleza, realizada para resolver sus necesidades: esconderse tras un seto para lo que sea pertenece al mismo ámbito que escribir Los pichiciegos.
En la ciudad,  los olivares, lejos en todos los sentidos de quienes los cultivaron, desanimados de su función productiva, reducidos a meros testigos mudos del paso de los coches, solo atendidos, a veces, por melancólicos jubilados que recuerdan su juventud aceitunera o quizá no soportan que se pierda esa mínima cosecha, son quizá el mejor ejemplo de la naturaleza desbravada, reducida a mero adorno (estética de una moral impostada) de la concejalía de turno. Allí, en pequeños grupos intimidados, familias petrificadas, parecen visitantes de otra galaxia, convidados de conveniencia, y, souvenir de lo que fueron, nos recuerdan que un día el hombre habló con los árboles, con las fuentes, se le aparecieron deidades en el cauce de los ríos, una de ellas sobre un pilar o un monolito, no recuerdo. Olivares alienados, vuestras aceitunas se han hecho amargas, vuestro pelaje ralo, como el mío. Sois belleza estéril y pintáis menos que una bailarina flamenca de plástico sobre una televisión de tubo en una residencia de ancianos en las afueras de Zaragoza.

Intersecciones natura/cultura