sábado, 12 de marzo de 2016

Gifs kitsch neorrenacentistas



“La memoria non è che un’imitazione della sensazione passata, e le ricordanze successive, imitazione delle ricordanze passate. La memoria…è quasi imitatrice di se stessa”. (Leopardi, Leopardi, Citati, Piero, Oscar Mondadori, 2011, p. 56-57)

Algunos Gifs animados provocan una especie de hipnosis, proponen pequeñas  secuencias de actos que uno querría pasarse toda la vida haciendo o evitando, ajeno a lo que ocurre a su alrededor, ciego incluso ante lo que le está pasando por dentro. Uno de mis Gifs otoñales favoritos consiste en pillar por sorpresa una novela y pasarme tres días leyéndola, con cara de perro absorto que solo atiende al olor de la letra.
Fueron días de adolescencia con, pongamos por caso, Chandler o Hammett, días a medio camino entre la cama y el sillón, que no volverán. Como ese mismo perro con el hocico pegado al suelo en pos de un rastro, el del recuerdo, intento revivirlos. Esa imagen, la del sabueso esclavizado por un pasado ancestral de sabrosos olores, miles de años de humus macerado, es la que usaba no recuerdo cuál psicoanalista para ilustrar nuestro vínculo con la infancia, con las experiencia fundadoras.
Algunas enfermedades o manías, idiosincrasias,  también son como Gifs animados. Rajoy  cuyas cejas se independizan, Pablo Iglesias, que, en su afán por buscar raíces antifranquistas, parece que añorar  haber corrido delante de los grises, una visita a los calabozos de la D.G.S., un poco de verdadera emoción, vamos.
Los Gifs evocan nuestras rutinas, las electivas y las involuntarias, los rituales de repetición que constituyen una de las habilidades humanas esenciales en la relación que establecemos con el mundo. Pero de lo que son un verdadero trasunto es en los mitos. Sísifo a vueltas con su piedra, o el hígado de Prometeo picoteado por el águila, el pobre Ícaro escaldado, cosas del carácter o del instinto que nos esclaviza. De ahí nace la cultura. Repetición y articulación de segmentos en orden combinatorio distinto. El resto, es invención, cosa de pocos

Como dice Pániker que decía Jung, hay que pasarse la primera parte de la vida construyendo un yo fuerte que permita rechazar los asedios de los ejércitos invasores, vecinos, socios del mismo club, militantes del mismo partido, compañeros de trabajo, para en la segunda parte de la existencia derretir esa personalidad a fuerza de sencillez y comunión con el cosmos y los otros. Pero hasta que llega el momento, hay que armarse de Gifs hoscos, huraños, de misántropo aragonés, el no va más. Si caes en la tentación cristiana del Gif amable, estás perdido. Se  te irá la vida siendo bondadoso, la perderás par délicatesse, que decía el otro. Después, a partir de los cien, la cosa cambia, llega el momento de dedicarse a los demás. Es el momento de prepararse para ser buenos abuelos,  de disolver el yo huraño en nubes de algodón azucarado…pero, por momentos, ¡qué nostalgia, qué ganas de pegar el hocico al suelo lleno de hojas por caer y atender sólo al olfato que pide tinta!







viernes, 11 de marzo de 2016

Jorge Semprún. Ejercicios de supervivencia. ¡Valió la pena, mais oui, madame!

 Jorge Semprún

Tusquets Editores S.A.

1ª ed. (01/03/2016), 136 páginas

Traducción: Javier Albiñana



"Ménilmontant, mais oui, madame..." (Charles Trénet)
 
Ejercicios de supervivencia (Excersices de survie, con un prólogo de Régis Debray en su edición original, de la que no aparece la fecha de publicación en la traducción española) tiene el aspecto de ser un libro con grandes dosis de edición, las suficientes como para haber convertido un conjunto de materiales sin terminar en un libro acabado. Parece ser que la muerte pilló a Semprún en 2011 a vueltas una vez más con su memoria de los años de lucha contra los nazis y después contra Franco, encuadrado primero en la red maquis Jean-Marie Action, y después, sucesivamente, en el seno del P.C.F. y del P.C.E. Por momentos, se tiene la sensación de que el libro desfallece, porque se vuelve a contar lo mismo que el escritor ya había contado en otros libros con la característica medio torpeza compositiva que le caracteriza.  

Otras veces, sin embargo, en particular en la última parte, la dedicada a la liberación de Buchenwald, el campo de concentración en el que estuvo internado, ocurre lo contrario. Se aprecia un mayor trabajo textual, una mayor elaboración de los materiales, una buena selección de los detalles que sirven para dar vuelo a las digresiones. Es quizá cuando estas 136 páginas alcanzan su cota más alta, porque Semprún hace gala de lo mejor que le caracteriza, de sus condecoraciones vitales. Vivió experiencias clave del S. XX en una posición que le permitió asistir a ellas a mitad de camino entre la gran historia y la memoria, entre el papel protagonista y el papel de víctima. De ahí que supiera reciclar lo ocurrido, metabolizarlo hasta conseguir trascender de lo parcial a lo general, algo que consigue transmitir, por ejemplo, a través del grupo de desarrapados, famélicos, enloquecidos y dichosos resistentes que se encaminan a Weimar, tras la autoliberación de Buchenwald. Orgullo de prisioneros que no pasa desapercibido a los dos soldados americanos de ascendencia judío alemana que, como miembros del ejército americano, acuden, en sentido contrario, hacia la entrada monumental del campo montados en un jeep. Cosas del destino, a la hora de escribir el informe correspondiente, para referirse a una de las armas en poder del grupo (hungry-looking men) con el que se habían cruzado, uno de esos dos oficiales utilizará el término alemán, con el que quizá estaba más familiarizado por su origen, en lugar del término internacionalmente reconocible. Judíos americanoalemanes que llegan a liberar, entre otros, a judíos alemanes que ya se han liberado por sí mismos de los nazis. They laughed and waved wildly as they walked, así  los vio el oficial americano por la carretera, camino de Weimar, a la que querían también liberar.

El otro punto fuerte del libro consiste en que contiene la versión más detallada que Semprún ha ofrecido de su paso por la tortura a la que le sometió la Gestapo en Auxerre, tras su captura de 1943 en Joigny, cuando se había unido a la resistencia francesa. No se trata de una descripción minuciosa. Semprún, como Levi, no soportaba la espectacularización del sufrimiento padecido, que consideraba una especie de patrimonio común de las víctimas, una pieza orgánica de la lucha, por otro lado. Así, lo que hace es intentar entender el significado de la resistencia al sufrimiento, de la negación a hablar, no como un desafío a  uno mismo, a su capacidad de soportar la humillación más profunda, un sublime ejercicio narcisista, sino como un acto de generosidad, de fraternidad, más en concreto:

"La resistencia la la tortura, aunque esté deshecha al final -y cualquiera que sea su duración: horas, días, semanas-, está totalmente impregnada de una voluntad inhumana, sobrehumana, más bien, de superación, de trascendencia. Para que posea un sentido, una fecundidad, es necesario postular, en la abominable soledad del suplicio, un más allá del ideal de Nosotros, una historia común que debe prolongarse, reconstruirse, inventarse sin cesar" (p. 37).

Por eso, Semprún no entiende cómo otra víctima de la tortura dice haber acabado definitivamente con el mundo tras haber pasado por ella, confiesa haber perdido su fe en la vida. Antes bien, a Semprún, la experiencia le recoloca, en cierto sentido, le enriquece al proporcionarle un poso de trascendencia, de urdimbre afectiva con el otro. Un otro, otros, que, en particular durante sus largos años de clandestinidad en Madrid, callaron por él ante la brigada político social franquista. Hermandad, fraternidad, que como dice alguien al que el viejo ex comunista se encuentra fortuitamente en París en 2005, valieron la pena, "...esas batallas había que hacerlas, tuvieron ustedes razón haciéndolas".  Y eso, a pesar de que el cenizo de Vargas Llosa recuerde en su prólogo a la edición española que Semprún descubrió, "cuando entraba en la etapa final de su existencia, que el ideal comunista al que tanto había dado, estaba corrompido hasta los tuétanos y que, de triunfar, hubiera creado acaso un mundo todavía más discriminatorio e injusto que el que él quería destruir". Digamos lo que el mismo Semprún, con palabras de Renan, dice: podría ser que la verdad fuera triste. ¡Salud!, aun así. Y música, la de esa orquesta de presos que celebran la liberación del campo de concentración con un concierto de jazz, una palabra que, por cierto, el fascismo italiano quiso convertir infructuosamente en giazzo en los años treinta, hermosa música degenerada.

jueves, 10 de marzo de 2016

Hacer el primo o la prima inter pares. Apólogo sobre las denominaciones reales de eso: merde, mierdra, merdra

Ella dejó un día la imagen de su cara, el sonido puro de su voz, resabiada, pero sensual, congelados en un telediario, y Él se quedó prendado, pensó que había llegado el momento de que alguien así ocupara su corazón.
Buscó aquella cara, aquella voz y se equivocó dos o tres veces. Como la paloma, pensó que el norte era el sur y que la noche, la mañana. Tenía consejeros, aquellos animalillos que habían crecido con él, personal de la casa, familia hiperprotectora, una madre cuyo escudo de armas reza "mi fuerza, el cariño de la gente". Como en el cuento, le advirtieron hasta dos veces, cuando llevaba a sus princesas a los apartamentos prestados, a las casa de amigos cómplices, pares, sí, pero no primos,  para sentir si, a la luz de la noche, su cara era la misma que le había traspasado, le había abierto de par en par los ojos, como un dulce vendaval, algo a la vez irrefrenable y tierno, la misma imagen que había quedado congelada en la pantalla de un televisor. A oscuras, les hacía hablar, preguntaba cosas sin sentido, para saber, o mejor dicho, para sentir, si su voz, resabiada, pero inolvidable, sonaba igual en la oscuridad que en el telediario, si era la misma que abría todas sus puertas.

Fíjate bien, fíjate bien:
Es de marca, pero no es igual
Fina, pero vulgar
Tu novia verdadera te espera en el altar

Le decía su conciencia, o sus consejeros, ya no sabía bien. Y él se resistía, volvía a probar, a pedir a sus pares, pero no primos, las llaves de aquellos apartamentos caballerescos a los que llegaba tras haber despedido a sus escoltas, a sus secretarios, adjuntos, agregados, en busca de la verdad, en pos de una imagen y una voz.

Y otra vez, vuelta a empezar, al salir quedo de madrugada, volvía a oír la canción:

Fíjate bien, fíjate bien:
Habla alemán, inglés y español
Francés, tal vez, también,
Pero no llega al sí bemol

Y vuelta a empezar la quête, en recepciones, embajadas, convenios y platós, allí donde pudiera intuir que quizá la cara y la voz que llevaba dentro pudiera estar fuera. Todo se le hacía páramo, yermo, sólo a aquella voz quería atender, solo sus nuevas quería saber, nuevas de amor.

Ella, mientras tanto, obligada a servir a un empresario, deseosa de ahorrar pero también de vivir, había ido de aquí para allá,  en busca de algo que guardar. Pero, qué difícil era, casi había ya perdido la esperanza de encontar el amor. Lo había tenido entre los dedos, mas, agua en canasto, se le había escurrido, quizá por demasiado apretar.
En su trabajo diario separaba las noticias buenas de las malas, gracias a la ayuda de un pajarito, uno entre los muchos que le revoloteaban alrededor, que le decía:

¡Las buenas en el cacito.
Las malas en mi piquito!

¡Y el pajarcillo se las llevaba volando, las borraba con la patita puesta en delete, como si no existiesen, como si lo malo se pudiera borrar, ignorar, tirar a la papelera de reciclaje, dejar ir por el desagüe! Pero, qué chica, hasta de esas noticias aprendía, les miraba a la cara, tomaba notas, sacaba conclusiones, extraía enseñanzas. Luego, seria y maquillada, dejaba fluir su voz, aquella voz, hacía brillar su luz, su fotogenia, aquella fotogenia.

Los fines de semana, si libraba,  volvía al Paraíso, su tierra de origen, y allí, ante la tumba de un antepasado que aún no había fallecido, al lado de un joven eucalito (sic), decía:

¿Qué será, será de mí cuando no estés?
Arbolito, sacúdete, libérate,
de oro y plata cúbreme

Por oro Ella entendía todo menos vil metal. Pensaba en su futuro a la altura de su voz y de su imagen y no podía evitar que se le viniera a la cabeza un eslogan publicitario que había oído hacía poco: Te lo mereces, y lo sabes... Deja de verlo detrás del cristal. Todo esto y mucho más, te lo mereces y lo sabes.¿Recuerdas aquel vestido de  ***. Pues, vuelve a por él...

Un día, por fin, el molde y el flan se hicieron uno. Y fueron dichosos, no comieron perdices, porque no eran de esos, pero sí que festejaron con sus pares, pero no primos, aquellos que tan serviciales habían sido a la hora de ayudarles a hacer subir el suflé, como ese perrillo que en la Châtelaine de Vergy ayuda a los amantes a encontrarse. Tuvieron hijos y todo lo demás.

Con el tiempo, no cambiaron de pares pero no primos, sino que siguieron frecuentando a los mismos amigos, no como muchos otros, a los que se les sube a la cabeza el rango adquirido y no quieren saber nada de sus colegas de antes. Él y Ella adoraban aquella amistosa fraternidad, pura excelencia, combinación de respeto y sinceridad, medición exacta de las distancias, en todo momento, en toda circunstancia, señor, el equipo sensor viene de serie en la gama alta, evita roces contra las columnas, golpes tontos que acaban por afear la pintura de las relaciones.
Para Él, aquello era una parcela sagrada, como esas costumbres de juventud a las que nos aferramos, más cuanto más pasa el tiempo, que no perdona. Para ella, también eran importantes los pares, le hacían revivir su dulce juventud, tiempo de camaradería, diversión y bromas que no estaba dispuesta a perder del todo. Los amigos le recordaban que se lo había merecido, que ella era prima inter pares, aunque fuera por poderes, por contagio, por amor, desde luego, también, y eso le gustaba. Aquellos dulces caballeros, lo más granado de distintos sectores de la élite económica, financiera, empresarial, judicial, y hasta un pelín cultural, amigos, friends, sin más, y también alguno que no era de la crème de la crème,  que añadía el toque exótico, colegas, y algún excompañero de profesión que había conocido antes de pisar las alfombras doradas, antes de haber dejado que su cara y su voz se congelaran en palacio. Salir, ir al cine, a cenar, juntarse, tenía un efecto balsámico para ella, le hacía seguir siendo quien había sido  antes de de su segunda vida, pero vista desde el balcón del palacio. Definitivamente, la dulce compañía, de la que no podía gozar, además, muy a menudo,  le recordaba a cuando todavía, con ayuda de un pajarito protector, tenía que separar las noticias grano de las noticias paja:

¡Las buenas en el cacito.
Las malas en mi piquito!

Sí, se lo había merecido, había sabido elegir entre lo bueno y lo mediocre,  y lo sabía.

...

Por eso, porque eran amigos, forever friends, Ella dijo merde a su escudero, aquel que había propiciado los encuentros con el hombre de su vida. Y , como para que no quedaran dudas de su solidaridad, ahora que l'ami estaba pasando por malas horas, añadió algo así como que qué porquería de artículo, nuestra amistad está por encima de lo vulgar, quizá no tenías cambio de 30.000, qué cosas, se creen que uno lleva fajos de billetes en la cartera, con lo pequeños que son los bolsos que uso yo ahora. Quizá pensó para sus adentros, si basta con una de esas tarjetas que tú tenías, que son incomparablemente mejores que una varita mágica, quizá lo pensó, instinto no le faltaba, pero no, lo que hizo fue condenar a sus antiguos compis de profesión. Lo que a ellos les había parecido grano e ella le resultaba merde.

martes, 8 de marzo de 2016

Una donna per amico



"El jardín cerrado por altas tapias de la Casa Azul, con sus plantas que se estiran hacia la luz del cielo -troncos lisos de magnolios, follaje ceniciento de ahuehuetes, trenzado de hojas y lianas-, se convierte en una especie de universo cerrado en el que Frida puede encontrar el mundo entero ahora que ya apenas viaja -los animales familiares, los pájaros, los perros itzcuintli comprados en el mercado de Xochimilco que se convierten en su imagen, esas escuinclas que, por su desnudez y su fragilidad, y también por ese aire triste venido del fondo de los tiempos representan para Frida los arquetipos de la condición humana" (Le Clézio, J. M. L., Diego y Frida, Ed. Temas de hoy, 1994, p. 203. Trad. Mauro Armiño)