sábado, 6 de febrero de 2016

Totó y Kafka (II)

Cuando veo algunas escenas de Totó no puedo evitar pensar en Kafka, en su lado cómico. Lo decía Brod en su libro sobre su amigo, cuando Franz les leía algunas de sus historias se partían de risa.
Totó es lo mismo, pero visto desde la otra perspectiva. Si en Kafka lo evidente es el peso dramático y lo cómico acecha, en Totó lo evidente es lo humorístico, pero a la vuelta de la esquina, cuando menos te lo espera entra en la zona de sombra trascendente. El humor profundo no consiste en otra cosa que en reírse de la condición humana, escatológica, término que como es sabido hace referencia tanto a lo más vulgar como a lo más elevado.



Totó contra Kafka

viernes, 5 de febrero de 2016

Las penas del joven Adam. galeotto fu Yeats. La ley del menor, última novela de McEwan

Leo La ley del menor (McEwan, Ian, Anagrama, 2015, trad. J. Zulaika) de tres sentadas y unas cuantas idas y vueltas en autobús de casa al trabajo. Tengo la sensación de que la traducción es insuficiente, pero una lectura así no me permite afirmarlo con rotundidad, como tampoco me permite profundizar en algunos detalles, los poemas que aparecen, las piezas musicales que se interpretan, el lío que empiezo a hacerme entre el domicilio y el club de juristas al que pertenece Fiona, la protagonista, una juez de menores en crisis conyugal tras muchos años de calma chicha, tantos como para haber llegado al borde de los sesenta sin haber cometido ninguna infidelidad. Tampoco su marido, profesor de latín en la universidad, parece haberse dejado llevar por devaneos. Pero en él la crisis de la edad unida a la calma chicha de su matrimonio, asexuado en los últimos tiempos, ha despertado la urgencia vital típica de quien está ya en primera fila frente a la de la guadaña. Que no les quedan muchos años buenos por delante y deben elegir entre una reconciliación plena y una separación definitiva, es algo que él recordará a su mujer cuando, por un lado, empiece a enquistarse en ella el rencor por lo ocurrido, y, por otro, superado el cabo de hornos de la crisis, la vida en común propicie de nuevo la intimidad. Lo ocurrido es que el marido ha tenido un despertar del apetito amoroso y el pobre ha pretendido saciarlo con una estadística (femenino de estadístico) más joven que él, sin por ello abandonar a su mujer.
Pero toda esa trama, cuya descripción podría haber consumido páginas y páginas, es resuelta enseguida, con mano maestra, dejando preparado el camino a la anécdota central.

Recuerdo un personaje presente en algunas películas de Pasolini, en particular en Teorema. Se trata de una especie de joven misterioso, puro e inocente y al tiempo atrevido, que se inmiscuye en la rutina de una rica familia burguesa, un ambiente en el que para el Pasolini de 1968, año de la película, se solazaban todos los males del alienante desarrollo capitalista. Todos los miembros de la familia se verán afectados por el paso del enigmático joven y gracias a él descubrirán una nueva vida, condenable desde el punto de vista de la moral dominante, pero mancha que limpia, vista desde el otro lado. La madre acabará en la cama con más de un joven, la hija, catatónica, el hijo pintor, y el padre regalando la fábrica de su propiedad a los trabajadores, antes de despojarse de sus vestidos y adentrarse en el desierto. la criada, por último, levita santificada por el joven ángel terrible.

En cuarenta años, la opción radical ha quedado reservada a personajes como el arrepentido pepero Marcos Benavent, neo hippie de diseño, tal vez sincero en su arrepentimiento y nueva vida, pero incapaz de renunciar a las marcas. Casi nadie se cae del caballo y se replantea su existencia, pocos son los que viven experiencias transpersonales decisivas, trascendentes. En consonancia con lo anterior, también el joven ángel terrible de Pasolini, actualizado a fecha de hoy, debía tener otra faz. La que le ha puesto McEwan no deja de ser irónicamente profunda, pues se trata de un joven testigo de Jehová, menor de edad por pocos meses, que se niega a recibir una transfusión de sangre en la que le va la vida. Fiona, que debe autorizar a que el hospital proceda a llevarla a cabo,  es profunda, sensata, madre sin hijos, pues ha sacrificado a la carrera esa querencia, elegante, culta, dotada para la música, pero es una mujer que en su vida apenas ha cometido locuras, apenas ha puesto en riesgo su bienestar. Sus únicas experiencias en el lado oscuro, consistieron en meras breves anécdotas juveniles en la penumbra, un fugaz noviazgo con un roquero y los gritos que pegaba al principio cuando hacía el amor con Jack, su futuro marido.

Pero lo cierto es que el caso del joven testigo de Jehová da la oportunidad a la juez de volver a vivir a sentir algo más que la comprometida rutina de su complicada profesión en la que a menudo está en juego la suerte de los momeros. Antes de decidir, Fiona adopta la insólita decisión de visitar  al joven hospitalizado. Durante la entrevista, los dos interpretan juntos una pieza musical en la que ella canta y él toca torpemente el violín, como los protagonistas de una antigua novela romántica. Los versos entonados (...In a field by the river my love and I did stand/ And on my leaning shoulder she laid her snow-white hand./ She bid me take life easy, as the grass grows on the weirs./ But I was young and foolish, and now am full of tears. Texto y traducción) se convierten en la columna sonora de su relación. El joven, sensible, inteligente, perseverante, atrevido,  hermoso como un personaje cernudiano, no deja de llamar la atención de Fiona, que mantiene con él una relación epistolar unidireccional y un fugaz e inolvidable brevísimo nuevo encuentro en el que se produce un "dulcísimo beso", apenas un roce. Adam le propondrá una especie de paideia heterosexual, le pedirá que sea su guía en el mundo laico de las ideas, querrá vivir a su servicio, en el mismo techo que  ella y su marido,  para aprender a vivir, acabr de descubrir lo que solo empieza a vislumbrar... Todo acaba de esas maneras:  la juez volverá a su vida cotidiana, a su bien ganada y remunerada zona de confort, al lecho conyugal compartido con su esposo, pero por un momento se habrá acercado a la verdad, habrá vuelto a vivir sin tantas protecciones, sin la armadura que le supone llevar una toga, la misma que le permite tutelar a los menores. En cuanto a Adam, mejor es callar.

martes, 2 de febrero de 2016

Bajo la lluvia. A los veinte años de la muerte de G. Kelly

"...los usos culturales imperantes imitan el sistema de valores de la publicidad, para la cual un Nombre es siempre un Nombre, como para los anunciantes de champaña catalán Gene Kelly, aunque salga embalsamado en salmuera de polvos de talco a dar dos o tres pasos de baile semiparalítico (...), será siempre incondicionalmente Geneee... ¡¡¡Kelly!!!, del que se sabe que no cobra precisamente cuatro reales por decir "kahrtah nevadahdah". (R. Sánchez Ferlosio)


Chapotear, jugar con el agua casa bien con la alegría, te devuelve a un estado en el que te confundías con lo que te rodeaba, como un niño en una inmensa playa, junto a un pequeño charco en el que concentra toda su atención. En la escena de Cantando bajo la lluvia, el mundo adulto está presente a través del sombrero, el traje, el ambiente urbano, pero lo desmiente la ligereza de los pies del bailarín, su desprecio del paraguas.

Mas la lluvia casa bien con la tristeza. Las gotas que te mojan el pelo, que llegan a los labios, son como un inmenso llanto del que te conviertes en un desheredado interprete. Tuve una amiga que en cuanto empezaba a jarrear salía a la calle a pecho descubierto a andar, a pasear su desvelo, a dejar que se emparara su tristeza.

Por mi parte, no soporto los paraguas, los pierdo y ni siquiera recuerdo haberlos perdido, me molestan colgados del brazo, con esos mangos  tan retóricos, tan rebuscados, tan pretenciosos. Y, además, son siempre pequeños, ni siquiera las sombrillas de los entrenadores ingleses de fútbol te cubren del todo, te aíslan de la humedad. Y si es así, mejor mojarse de verdad, sentir el efecto del agua, cómo te despeina, cómo pone en evidencia la edad, cómo, a partir de un momento dado, en lugar de gracioso o majico, pasas a ser patético y sientes que ni derecho tienes a estar triste bajo la lluvia.

domingo, 31 de enero de 2016

Leer a Cervantes, sentir como está escrito.

Leslau


- Nunca he vivido de ilusiones. Soy filólogo (Aub, Max, Campo Francés)

Según se van acercando las inciertas celebraciones del IV centenario de la muerte de Cervantes, arrecian las declaraciones de todo tipo al respecto. Las diversas instituciones encargadas no parecen ponerse de acuerdo sobre los contenidos y detalles de los futuros acontecimientos. Por otro lado, los especialistas van desgranando opiniones de las que deberían desprenderse las líneas maestras de los fastos. Hace poco menos de una semana, F. Rico subrayaba la doble vertiente de la principal obra cervantina, por un lado, un texto cuya mejor vía de acercamiento es la lectura, y, por otro,  un mito, una construcción ideológica que puede servir para un roto como para un descosido:

"Conviene aquí tener presente que el Quijote es un texto y es un mito, independiente del texto, no sujeto a él, y que hoy resulta casi imposible abordarlo sin falsillas previas. Las más pertinaces las fijó el romanticismo alemán: el tema de la obra, definía Schelling, es “la lucha de lo real con lo ideal”. ¿Por qué no? A mí me gusta lucubrar que El Quijote ilustra en grado soberano un aspecto esencial de la condición humana: vivir contándonos a todo propósito historias sobre nosotros mismos que se enfrentan con las limitaciones y condicionamientos de las circunstancias. Refútelo quien quiera. Porque, como fuere, la invitación a ir más allá de la letra, y aun a postergarla, forma parte de la grandeza y la vigencia del Quijote" (F. Rico).



Restos de una de las manifestaciones más extremas del trato que ha sufrido la figura del Quijote acabo de encontrarlo en Tumulto (Malpaso, Barcelona, 2016. Trad. Richard Gross) la entretenida obra de H. M. Enzensberger, no del todo bien traducida, un autorretrato en el que el polígrafo alemán pone en cuestión tanto como ensalza su propio diletantismo: 

"Sólo por Castro no sentiste excesivo entusiasmo.

La comparación con Don Quijote que se oye con cierta frecuencia se la tiene que atribuir (sic)  [¿hay que atribuírsela?] a sí mismo. "La Revolución ha mostrado que en Cuba hay más quijotes que sanchos", dijo en 1966. La novela de Cervantes fue una de las primeras publicaciones que mandó imprimir, un total de 150.000 ejemplares. Todos debían leerla. de su identificación con el protagonistas también da fe la estatua que hizo erigir en el jardín de la Unión de Escritores. representa al manchego como luchador antiimperialista". (p. 156)

Ahí queda, refútelo quien quiera, que decía Rico.


Lo cierto es que sería de desear que la conmemoración venidera propiciara la (re)edición de estudios sobre Cervantes. Sobre Shakespeare, por lo pronto, Debolsillo ha aprovechado para traducir la obra de Stephen Greenblatt,  El espejo de un hombre, publicada en inglés hace diez años.



Pablo L. Rodríguez, crítico musical del País contaba el sábado pasado una sabrosa anécdota en su reseña del último concierto de M. Pollini en Madrid. Preguntado el pianista Artur Schnabel sobre la tendencia a la que pertenecía, "a los que tocan como está escrito o a los que lo hacen como sienten", contestó: "¿no puedo pertenecer a los que sienten como está escrito?" (My life and music, 1961). Quizá sea esa una buena formulación del deber de la crítica literaria, hasta de la filología de autor, no renunciar al zeigeist en el que uno está inmerso, conocerlo, pero al tiempo no prevaricar retroactivamente, mostrar el debido respeto por los textos, por su contextualización histórica, por las determinaciones en medio de las que nacen. Quizá sea eso lo más difícil, no desaprovechar los conocimientos actuales para descubrir las diferencias y las líneas de continidad entre pasado y presente. Hablando de su formación, de sus maestros Jordi Llovet escribía hace unos años: "El discípulo polaco [Květolslav Chvatík] de Ingarden hizo que yo entendiera que la obra literaria posee una relativa autonomía con respecto a las determinaciones que llamamos históricas -el hecho es que la propia literatura siembra hitos históricos en el panorama de toda civilización, quizá con menos ruido que las batallas o las guerras, pero con una eficacia y un carácter perdurables-; el otro, un discípulo checo de Lukács y de la teoría marxista del arte, me hizo entender que las relaciones entre lo que llamamos Historia y las obras de arte de cualquier tiempo es una relación dialéctica: tesis, esta, que los mismos Marx y Engels terminaron por aceptar a las vista de las magníficas producciones del genio de los hombres en tiempo de miseria o tribulación" (Llovet, Jordi, Adiós a la universidad. El eclipse de las humanidades, Galaxia Gutemberg, 2011, p. 75. Trad. Albert Fuentes, ). Quizá, el reto de la crítica literaria y/o de la filología resida en ahondar en esa aparente contrariedad, la zona de fricción entre las determinaciones históricas de todo tipo y la transcendencia del hecho artístico, la perdurabilidad de obras como el Quijote, hijas de su tiempo, pero a la vez vivas en el nuestro.
Bien podría el IV centenario de la muerte de Cervantes para que las autoridades, en lugar de utilizarlo de mala maneara como producto cultural, esa cosa a medio camino entre el comercio y la política, incentivaran la producción de estudios de todo tipo sobre el autor y su obra, de divulgación, sin duda, pero también de auténtica investigación puntera.
Jordi Llovet, en el mismo libro, en un momento dado, clamaba al cielo por la cantidad actual de tesis "absurdas que descansan en los anaqueles de los decanatos de las facultades de Letras" (p. 167). Se esté de acuerdo con la inutilidad de la larga lista de extravagantes títulos que proporciona Llovet, difícilmente se podrá estar en desacuerdo con la rareza de las tesis sobre los grandes temas presentes en los grandes autores: "Ni una tesis sobre Cervantes, ni una sobre Goethe, ni una sobre Shakespeare" (p. 168). Sí, ya sé que es mucho más difícil escribir sobre ellos que hacerlo sobre tantas otras cosas, pero también es verdad que los libros capitales de las distintas tradiciones filológicas tratan de los grandes pesos de la tradición literaria y que escribirlos no debió ser nada fácil en su momento. El IV centenario debería servir (¿debería haber servido?) para acercar la figura de Cervantes a la actualidad en distintos niveles, debería ayudar (¿haber ayudado?) a renovar la tradición de la filología española, mucho más que a agrandar el mito. No vaya a ocurrir  con quienes desde el poder gestionan la cultura  como con ese personaje  que se ufanaba de no saber leer:

Leer no sé, mas sé otras cosas tales/que llevan al leer ventajas muchas/(...)Sé de memoria/todas cuatro oraciones y las rezo/cada semana cuatro y cinco veces/(...)Con esto y con ser yo cristiano viejo, me atrevo a ser un senador romano.