sábado, 28 de mayo de 2016

Manque palmes, sobre todo si palmas


Qué manera de subir y bajar de las nubes,/ ¡qué viva mi Atleti de Madrid! (…)/ Paseo de los melancólicos,/ Manzanares cuánto te quiero. (…)/ Ni merengues ni marrones,/ a mí me gustan las rayas canallas de los colchones.  (J. Sabina)

El alto valor simbólico de la bufanda, quizá solo comparable, entre los accesorios de vestuario, con el de la gorra y la corbata, queda patente durante las rebajas, en las que todo lo relacionado con él casi no tiene descuentos. El cuello envuelto en fulares es indicio de un plus de gusto, de refinamiento, expresión del deseo de distanciamiento con respecto a los que no se cuidan, a los que por no tener no tienen ni un mundo propio que proteger. Y es que a menudo se le reservan los mejores tejidos, la seda, el cachemir y las combinaciones de color más expresivas, los estampados más audaces. Tiene, pues, la bufanda la virtud de concentrar, como pocas prendas, mensajes lanzados al mundo y al interior de quien la porta, nos afirma ante los otros y ante nosotros mismos. 

La bufanda de la foto, como los perros de mármol o piedra de las esculturas medievales, evoca la fidelidad, la constancia, la perseverancia del hincha en el afecto por su equipo. Los perros y las bufandas, cuando están contentos, saltan al cuello, tienden a rozarnos con sus fauces, con la suavidad del tejido, pero, cuando están tristes o cansados, caen al suelo o se tienden a nuestros pies,  y a veces nos hacen tropezar  en la verdad de que estamos sólo de paso por el Paseo de los melancólicos.

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