miércoles, 18 de mayo de 2016

Dormirse por las esquinas de la primavera




A su antojo, deprisa, como una ola cuya fuerza apenas te deja tiempo para la sorpresa, o más despacio, como quien sortea ramas bajas en un bosque, en busca de un manantial; recibirlo como a un amigo, una visita placentera que da lo mismo que pide; dejar que se adueñe de nosotros, sabiendo, sin embargo, que no podremos disfrutarlo del todo, porque el precio es la inconsciencia; sentir que se adueña de tus pensamientos, que poco a poco se le entregan hasta dejarse transformar en lo inesperado. Así, los ataques de sueño, hijos de la modorra que trae el buen tiempo, estrenan su gira de primavera verano, extendiendo su área de influencia a los ascensores, al tranvía, a los espacios abiertos, al silencio de los despachos, a los paréntesis del día en los váteres, a los descampados y solares, a los parques de las ciudades en los que es grato quedarse frito, ausentarse un rato de este jodido mundo, irse a tierras siempre por descubrir en las que viven personajes que de repente resultan ser colegas nuestros. Me ocurrió en una dichosa cabezada en la que se me apareción  L. Cohen. Durante un concierto multitudinario tuve que sujetarle la guitarra, porque se desvanecía sobre el escenario. Era una guitarra negra, refinadísima, mezcla de los diseños de Prince y de la austerirad del cantautor canadiense, que se apoyaba en mi hombro para caminar. Yo que jamás he estado en un concierto con miles de personas, le salvaba, le sacaba del escenario y le llevaba a algún sitio a pie, como bochachos los dos, aunque yo un poco menos. Pero a mitad del camino, aparecía una fuente con un pequeño remanso de agua. Hermosos animales se sumergían en el espacio angosto y Cohen se empezaba a animar ante el espectáculo, Todo vestido de negro,  se metía en el agua a hacer fotos subacuáticas de una nutria que parecía posar encantada. Yo miraba escéptico la escena. Pero, Cohen, tío, no estabas tan mal como para suspender el recital, no llegaba a decirle, pero lo pensaba. Y entonces él, como si me hubiese oído a través del agua, ponía otra vez su frente sobre su brazo y su brazo sobre mi hombro y seguíamos andando, perdidos en un inmenso parque, camino de algún sitio. Lo que si recuerdo es que en un momento dado le notaba una nalga fláccida, de sesentón que se queda dormido por las esquinas en cuanto llega el buen tiempo.

2 comentarios:

  1. Nada tan confortable como un rincón y mas aun con la canícula del verano.
    Hasta mi perro,bien, en el sofá tiene el suyo.

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  2. Es que la palabra canícula proviene de can, perro. La canícula es la perrita de una constelación altamente solar. Vamos, que en lugar de la siesta del carnero, debería ser la siesta de la perrita.
    Por cierto, yo tengo un rinconcito móvil en los sofás de mi perro.

    Saludos.

    Javier

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