miércoles, 17 de febrero de 2016

Tocaculos al pasar. Vulgar ferlosiana a orillas del Ebro

                 

Mal está, muy mal, tocar el culo a las transeúntes cuando se pasa junto a ellas en bicicleta, es una forma de agresión intolerable, como tantas otras, que se aprovecha de la fuerza bruta, del descuido de la víctima, de la mayor velocidad de paso del ciclista... pero tiene algo de chusco, de estúpido.

Da la impresión que en el caso del individuo que perpetra la fechoría hay una especie de inversión del proceso habitual que nos lleva a desear tocar un culo, proceso en el que se produce una especie de fructífero diálogo entre el culo concreto y el deseo, como si aquél actuara a modo instrumento del que parte una melodía que captan nuestros oídos, bien dispuestos a atender a la vibración. El el caso del ciclista que nos ocupa, sin embargo, ocurre como si el proyecto y la determinación de tocar culo antecedieran a la propia aparición del culo mismo por la ribera del Ebro, difícil de atisbar, por otro lado, en los días de niebla. Quizá por ello, hay algo de contradictorio en la sensación de apagamiento que quizá disfrute el malhechor  tras cada fugaz contacto con el objeto de su deseo, pues tratándose antes que nada del culo entendido como un lugar vacío que se trata de llenar a toda costa con un culo cualquiera, más parece probable que, igual que si de una figura mitológica clásica se tratara, estuviera condenado a repetir su acción cuantas veces se encuentre montado en su bicicleta a una distancia precisa de un trasero. Aquí trasero, aquí salto, podría ser su lema, adaptado del de los caballeros templarios. "Por lo demás, semejante actitud intransitiva, como inversión formal de los contextos, se halla tan difundida en las acciones de los hombres que es con frecuencia la que adoptan para casarse. ¿Qué otra cosa sucede cuando se busca esposa. El proyecto y la determinación del matrimonio anteceden entonces a la propia aparición de la persona (...), la cual, por esta misma circunstancia originaria, difícilmente llegará, en los largos años de vida conyugal, a aparecer del todo como persona en sí a los ojos del esposo -en tanto que otras, presuntamente más afortunadas, que no fueron buscadas en principio (y observa la incongruencia de este predicado: si no se me conoce no se me busca a mí..." (Ferlosio, R.S, Altos estudios eclesiásticos, Debate, p. 52). Pero, basta, que la hipotaxis me va dejando cianótico. Para mayor claridad , mejor sería decirlo con un antipático refrán, cosa harto difícil de definir:

 "Quien nísperos come, espárragos chupa, bebe cerveza, besa a una vieja, toca culo desde la bici, ni come, ni chupa, ni bebe, ni besa, ni toca".


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