sábado, 22 de agosto de 2015

Ciao, Chao, el saludo perfecto.

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Breve, polivalente (sirve tanto para el encuentro  como para la despedia), africado, suficientemente exótico pero asimilable al tiempo, Ciao es el saludo perfecto. Poco a poco, partiendo de una lengua mucho menos hablada que el inglés o el español (hola/hasta luego, hello/bye, see you), el italiano Ciao  ha ido internacionalizándose, hasta salir inopinadamente de la boca de hablantes de distintas nacionalidades que lo único italiano que conocen son los espaguetis o la pizza y, si viven en un lugar turístico, las grandes narices intrusas de los habitantes del bel paese.

bella_ciao(Fuente de la imagen)

ciao-film-1Quizá ciao en la virtud de su brevedad lleva la pena de tener que ser escoltado por otros saludos más explícitos. En italiano, algunos de ellos podrían ser: come stai?, come andiamo?, come va?, andiamo bene?, come va la vita?, come te la passi...?, "tutto bene?", "tutto a posto?", "tutto in regola?", "tutto in ordine?". "tutto sotto controllo?". En español son de todos conocidas las formulas semejantes. Subrayo ese extremadamente elíptico ¿qué tal?, que tiene la fuerza de evocar lo mejor o lo peor que nos haya pasado recientemente o nos esté pasando, sin dejar abierta la puerta a la huida mediante el autoengaño.

keep-calm-and-ciao-ciao-29La etimología de ciao esconde uno de esos prodigios alquímicos que solo la fonética histórica es capaz de desvelar sin recurrir a la magia. No en vano, algunos de los primeros grandes romanistas fueron contemporáneos de Freud, el gran humanista que intentó iluminar lo que ocurría en el interior de nuestra cabeza. Aquellos filólogos de la estirpe de Wartburg también arrojaron luz científica sobre lo que se escondía detrás de las palabras, sobre los significados que sin saberlo arrastran tras de sí y de alguna manera evocamos inconscientemente al utilizarlas. Ciao proviene del termino veneziano s'ciao ([ˈsʧao]), proveniente a su vez del ´latín vulgar sclavus, traducibile come "[soy su] esclavo". Se trataba pues en origen de un saludo reverencial, del tipo ¡su humilde servidor!, que poco a poco fue lexicalizándose y extendiéndose al resto de la península. A partir de 1800 empezó a utilizarse como saludo informal en Lombardía con la forma que conocemos actualmente. Es por ello un término cuyo uso en italiano estándar no va más allá del S. XX. El diccionario Disc data, por ejemplo, su registro en 1905.

miércoles, 19 de agosto de 2015

martes, 18 de agosto de 2015

La procesión por fuera y por dentro: dos trayectorias que solo a veces se cruzan

Sobre la cámara oscura de la Torre Tavira de Cádiz:

"La muchacha nos iba señalando los edificios principales con un puntero como si fuera una varita mágica. ... La pantalla fue girando…Se veían las copas de los árboles en los jardines. Se veía a los transeúntes en la calle, descuidados e ignorantes de que estaban atrapados en nuestra pantalla. El espejo giró medio cuadrante y se vio la cúpula dorada de la catedral. Un vuelo de gaviotas cruzó la escena. En una azotea cercana una mujer tendía la ropa. Un grupo de albañiles trabajaba en un tejado. La muchacha dejó el puntero y recogió a uno de aquellos albañiles en un papel, lo alzó como si fuera un homúnculo, lo mantuvo trabajando en la palma de la mano y lo dejó de nuevo en la pantalla. Aquello era algo más que un invento para niños. La vida anónima de Cádiz se depositaba allí como en un cuenco de lavar pepitas de oro...” (Iberia, Manuel de Lope)

Más que como el sortilegio de vida ordinaria que describe M. de Lope en la cita que precede a estas líneas, la procesión cuyas fotos publico se me apareció como un espejismo,  mientras paseaba con el perro por el centro de Cádiz, hacia las seis de la tarde, en medio de un calor asfixiante:  jóvenes vestales que precedían al paso, vestidas con largas túnicas pespunteadas con hilo de oro, las volutas del humo de incienso a pleno sol, el manto de la virgen, una gran superficie vertical de terciopelo azul, semejante a una gran ola que desciende, los oficiales que dirigían el lento avance del grupo, solemnes y encorbatados, con camisa blanca y traje negro, en medio de turistas en (o de) camiseta y niños en chanclas comiendo helados, topolinos gaditanos. La inesperada escena hubiera tenido un aire rosselliniano para una pareja de guiris en crisis matrimonial, pero a mí me resultó más cercana a los paréntesis de irrealidad  fellinianos, una sensación potenciada si cabe por los abundantes detalles modernos mezclados a la prosopopeya de la tradición: costaleros que en los descansos consultan su facebook, un joven en cabeza del grupo que graba el lento avance de la comitiva dotado de una especie de báculo tecnológico, bebidas energéticas por doquier, móviles que en el interior de los pasos llaman desde el más acá.

En medio de toda esta voluntad de solemnidad desmentida, noté  la querencia de la máquina fotográfica por las expresiones de los participantes, no las caras acartonadas de circunstancia, el gesto ensayado que solicitan los jefes del cotarro o quizá obedece a auténtica devoción, sino los lapsus de espontaneidad, las muecas impuestas por el cansancio o el calor, las distracciones involuntarias, las sonrisas fruto de las bromas, todas esas señales que en las ocasiones solemnes delatan que siempre estamos divididos, anclados a las exigencias de la ocasión, pero al tiempo deambulando por muchos otros sitios, paseando por los recuerdos involuntarios, obedeciendo a los impulsos o necesidades del cuerpo, a  estímulos imprevistos. En el mejor de los casos, cuando entre la procesión que va por dentro y la que va por fuera hay tensión, contraste de pareceres, desmentidos de la solemnidad, puede surgir una foto que ponga de manifiesto la fragmentación, la multiplicidad de esferas y tiempos que caracteriza nuestro modo de estar situados en el presente. La insistencia en el lema “aquí y ahora”, tan presente en algunas corrientes de ayuda psicológica,  no es más que un síntoma de que esa pretensión es un vano anhelo.

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