domingo, 18 de octubre de 2015

Quiasmo vandálico en la catedral de León. Duró lo que el rayo tras la zarza

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Dejando a un lado las meramente religiosas, hay muchas razones para que a uno le parezca mal este tipo de grafiti. Supone enseñorearse salvaje e ilegítimamente de un bien común, al menos en cierta medida, y su contenido es contrario al parecer de muchos, que, creyentes o no, pueden sentirse molestos u ofendidos, incluso desde un punto de vista laico, dado el tono claramente provocativo.

Cabe, sin embargo, señalar que el grafiti revela lo mismo que las provocaciones a las que a menudo el profesor debe hacer frente en el aula, el cuestionamiento de una autoridad que debe ser demostrada antes que impuesta. Existe seguramente tras el ácrata que hizo estas pintadas un desmedido reproche hacia un discurso que encuentra falso y en cuya legitimidad no cree. Las frases, no exentas de cierta voluntad de estilo, puesta de manifiesto por la figura retórica sobre la que están construidas, es muy probable que apunten al corazón de una institución cuyo discurso se debate entre la necesidad de ser aceptado sin cuestionamientos, gracias a la fe, y la dificultad que eso supone en el mundo de hoy en día. Además, se añade a lo anterior el nefasto ejemplo cotidiano de muchos de sus ministros.

Si no me equivoco, nada más acorde con la dicha cristiana que atraer al que no cree al rebaño de los creyentes. En eso también se parece la iglesia a los profesores con vocación. Podríamos pensar que si quien ha hecho estas pintadas se convirtiera, sería recibido con toques de campana de bienvenida en esa misma catedral agredida. Por mi parte, me conformaría con que unas buenas clases de educación cívica, le hicieran encauzar su malestar por otras vías menos agresivas. Aunque, más allá del desafortunadísimo sitio escogido para expresarlo, en lo que el grafiti pueda tener de impertinencia, también habría que recordar aquello que  señalaba Benet:  “Yo creo bastante en la eficacia de la impertinencia, sobre todo en la de determinadas opiniones impertinentes… En cierto modo esas opiniones son, por impertinentes, las más útiles, las más atractivas.Si las opiniones se matizan, pues se vulgarizan, y entonces caen en el lugar común. En cierto modo, la opinión radical puede hacer daño, pero no deja de ser un extremo del campo de la opinión, lo linda… Una opinión tajante es más atractiva que una opinión mesurada. Me gusta ir por el mundo con ideas radicales. Ya que uno no puede radicalizarse en la vida pública, sí al menos en la vida privada.” (Benet, Juan, Ensayos de incertidumbre, edición de Ignacio Echevarría,  Barcelona, Debolsillo, p. 477).

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