lunes, 12 de octubre de 2015

12 de octubre. Apocalipsis pilarista. Entradas remasticadas

“Je ne passe jamais devant un fétiche de bois, un Boudha doré, une idole mexicaine, sans me dire: C´est peut-être le vrai dieu.”  (Charles Baudelaire) 
Traducción: “No paso nunca delante de un fetiche de madera, un Buda dorado, un ídolo mejicano, sin decirme a mí mismo: Quizá es el dios verdadero.”
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Me cuenta mi quiosquero, un hombre simpático e ingenioso, uno de sus recurrentes sueños apocalípticos sobre la Plaza del Pilar. Al acercarse el 12 de octubre se produce una enorme crecida del Ebro, nunca vista, diga de un rebrote de fervor trasvasista.  El sueño es una mezcla de cine de acción e instantáneas de un improbable reportaje en papel cuché de, pongamos por caso, Diez Minutos. Como en un caleidoscopio manejado por un brujo perverso, aparecen baturros arrastrados por la corriente. Cada poco, para respirar, sacan a flote los morros en forma de boca de pez, pero se les va viendo cada vez más agotados por el esfuerzo de intentar no hundirse a causa de los ajustados trajes típicos. Los siluros carnívoros del sueño, de los que pronto serán pasto, aguardan pacientes, sabedores de que sus carnes tolendas saben mucho mejor que el barro que les toca zamparse a diario. Las baturras corren sin embargo mejor suerte, pues se quedan enganchadas a la maleza de la orilla por las orejas, gracias a sus pendientes. Algún siluro las visita, pero más que nada para susurrarles galanterías al oído a punto de desgarrarse.

De repente, sin embargo, las aguas comienzan a amansarse, los remolinos pierden velocidad, algunos maños incluso consiguen agarrarse a los pilares del Puente de Santiago, hasta que como por encanto la corriente se para y las aguas se dividen en dos, dejando, además de varios carriles bici expeditos, unos claros semisecos. En seguida, hay ya alguno que se empieza a aclarar la voz para echarse un cantecito típico de su lugar de origen, mientras otros intentan recomponerse el traje, aligerándose del barro que les cubre. Al poco, quien más quien menos empieza a bailar, aquí sevillanas, ahí pericotes, allá danzas endiabladas, y acullá una jota, cabe la basílica. Se oyen olés, oles, halas, halás y hasta algún Alá mezclado entre los múltiples acentos de las tierras de España. Todos gritan viva el Pilar, y viva el Pilal repite el grupo japoaragonés, justo antes de que los remolinos empiecen de nuevo a formarse y el espacio libre dejado por las aguas a vuelva a estrecharse. 

El quiosquero se ve  a sí mismo diciéndoles adiós, buen viaje, salúdenme a sus parientes, hasta que nos volvamos a ver, mientras nota que los únicos que se han librado esta vez de los rápidos son un grupo de bailarines de sardana que se había puesto a salvo sobre una elevación en la que han izado un mástil con una bandera que en el sueño no se podía identificar.

“Pero, lo más sorprendente -me confiesa mi amigo- es que veo cómo la imagen de la Virgen es arrastrada por el agua y al día siguiente, cuando vengo al quiosco a ordenar los periódicos, leo que ha sido encontrada, mojada, pero intacta, en un huerto murciano. Al final del sueño, en vez de aparecer las palabras The end, como me suele pasar, leo sobre la pantalla de mi frente despejada Némesis”.

La potencia de esta pequeña imagen de la virgen es tal que no puede dejar de producir desvaríos de la razón. El mío, más realista que el del quiosquero, cosiste en verme paseando al amanecer sobre una plaza del Pilar que se ha convertido en grandes cascotes, porque debajo algo muy importante que no llego a saber qué es. Voy con mi pero, y no paro de decirle que tenga cuidado, que se va a hacer daño, y que deje de olisquear, no vaya a descubrir algo desagradable.

Manuel de Lope en Iberia. La imagen múltiple (Debate, 2005) veía la basílica de El Pilar de Zaragoza como una central nuclear religiosa de la que capilla de la virgen sería el núcleo del reactor, y los curas y personal a cargo del templo, los técnicos que se ocupan de su mantenimiento. La zona de enfriamiento de las aguas podría ser la fuente que en forma de cascada se encuentra en un extremo de la plaza. Desde luego, el espacio es demasiado grande como para no sospechar que se trata de algo más que una mera plaza de ciudad de poco más de medio millón de habitantes. Quizá es un aeropuerto ideado por los americanos. Se lo diré a mi quiosquero,  a ver si ha tenido algún sueño esclarecedor.

Esta inmensa plaza, el día 12 y 13 de octubre se resume en la pirámide que ideó Bigas Luna, al siempre tuve por un descreído de aúpa. Nadie mejor que ellos, los descreídos, sin embargo, para las puestas en escena populares, barrocas o surrealistas. Piensen si no en las provocadoras imágenes religiosas de Buñuel. La conocida ofrenda que se celebra estos días incluye la colocación a la vista de todos de una réplica de la imagen de la Virgen encima de dicha pirámide. A cualquiera que pase por allí sin conocer de qué se trata le sorprenderá el tamaño de la virgen en relación al alboroto y profusión floral que la rodea. Según van pasando las horas, las flores empiezan a marchitarse y producen efluvios, de ahí quizá provengan delirios como el del quiosquero y el mío. No se me ocurre otra explicación.

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