jueves, 4 de septiembre de 2014

La llamada de placer. Perro espléndido, ¡expulsa a los idólatras!


Chienne splendide, écarte l'idolâtre! (P. Valéry, Le cimetière marin)

Perra espléndida, ¡expulsa a los idólatras! (Trad. J. Guillén)

Ningún verano como aquel. Fue en un pueblo de mar. Dos o tres años tenía y yo no me había hecho aun con él, no lo había aceptado, no transigía con los cambios impuestos por su presencia en mis rutinas, mis manías. Me jodía tener que madrugar como nunca, todos los días, sin excepción.
Ay, pero descubrí una playa casi virgen, sin gente, sin vigilantes, solo con el Atlántico como horizonte, dividido en franjas de tonos azules que acababan fundiéndose con el cielo. El primer día estaba juguetón, me provocaba. Me cogió el bolso y no sé como lo volcó en la orilla. Cayeron las llaves, la cartera, un billete  que llevaba...y no pude atender a todo, los cincuenta euros se los llevó una ola. Llamé por teléfono para desahogarme. Me desgañitaba, me cagaba en todo. Mi voz ronca debía llegar confusa,  una parte se perdía con el viento, sur, levante rolando, poniente, que sé yo. Estaba de mala hostia, pero al otro lado se reían, intentaban calmarme. Y él quería seguir jugando, no entendía de euros, solo de la arena, del agua, de la espléndida mañana, me enseñaba lo que había olvidado, el placer que escondía la playa de Conil de la Frontera, al otro lado del río, a las nueve menos cuarto todavía. Por fin nos bañamos juntos, pero me arañaba, se me pegaba, no me dejaba nadar... y también tardé dos o tres día en aprender, en aceptar que tenía que mover las patas sin parar, en acomodarme a sus jadeos, a su feliz inquietud: salía, entraba, chocaba de pecho con las olas y después se alejaba a nado, con una respiración acompasada y la mirada atenta, se metía demasiado, y yo, como un padre preocupado, empezaba a inquietarme, le llamaba, le advertía, le prometía castigos.
Nunca he sido tan feliz como en el mar de Asturias de pequeño. Uno de los los dolores mayores de mi vida adulta ha sido ver cómo se alejaban aquellos días, aquella playa, aquellas mareas, el Castro batido por las olas, las lapas, las pozas y el riachuelo que se fundía su agua con el agua salada del mar. En la playa de Conil, cuando me volcó el bolso, yo era ya mayor, adulto, había aceptado el final de la infancia, me quería responsable, aceptaba ser un trabajador, padre, marido, leía el periódico, hablaba de política, me preocupaba por las facturas y protestaba en el banco por las comisiones. Para compensar, me permitía ser irónico, exigente, malhumorado a ratos. Él me enseñó a desandar esos caminos, me abrió, como tantas veces ha hecho más adelante, vías de escape. Me dijo, sí, yo me dejaré poner el lazo, entraré en el coche, comeré la comida seca que me das, y te obedeceré de vez en cuando. Tú, por tu parte, tú seguirás trabajando, volviendo a casa por la tarde, tendrás descendencia y lucharás por vivir en pareja, votarás incluso en las elecciones, pedirás aumento de sueldo, comprarás El País casi todos los días de tu vida. Pero ahora estamos aquí, frente al inmenso mar que deja a nuestros pies el aliento de sus olas, el sol nos ciega y el cielo nos hipnotiza, vamos al agua. Tu playa de Asturias es mi futura playa de Conil, comparte conmigo tu recuerdo, que yo comparto contigo mi presente, vuelve a ser feliz.

Un labrador que sabe el camino del mar corre hacia el agua (Fuente):


1 comentario:

  1. Todos los días, sin excepción, es mucho decir!!! Ahora sí, por motivos que sólo Morfeo y tú sabéis, pero entonces, no, hombre!

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