sábado, 1 de marzo de 2014

Muere Ana María Moix


Ana Maria Moix.Foto Colita BCN Fuente de la imagen

La muerte de los personajes desconocidos personalmente, pero que pueblan nuestro imaginario a través de la prensa, las lecturas, las conferencias, tiene algo de trágicamente amable, despierta en nosotros el eco del paso de la que nada respeta, pero es un eco amortiguado, que nos permite notar la diferencia que comporta en relación a la dimensión que cobra la desaparición de alguien verdaderamente querido. Quizá, la muerte interpuesta se deja pensar más que la muerte que nos sume en la desolación, por eso las esquelas de los periódicos, que conviene consultar todos los días, son (Fuente de la foto. The Magnificent Nine New Brand Poets) como un bajo continuo que da gravedad a la insignificante rutina diaria.
Muere Ana María Moix y, aunque sé que fue más que eso, que escribió y tradujo bien, que fue la única nuevenovísima, no puedo evitar ver en ella a la figura de la hermana pequeña de alguien que brilló mucho más. En la biografía de Terenci Moix que Juan Bonilla publicó hace dos años (El tiempo es un sueño pop. Vida y obra de Terenci Moix, RBA, 2012), A. M. Moix, a quien está dedicado el libro, aparece casi siempre en segundo plano, a menudo como una especie de reactivo que provoca una visión realista de las anécdotas de su pintoresco hermano, alguien a quien se acude para que aclare cómo fue de verdad lo que ocurrió, lo que se cuenta. Apegada a la memoria, da muestras de tener una fuerte querencia por reconstruir fehacientemente un pasado que se escapa por las rendijas del tiempo y los excesos. Ella recorta, esencializa, desliteraturiza o literaturiza  según otros parámetros, el anecdotario de aquel sobre el que parece ser que Pasolini dijo: “Ya me previno Elsa Morante. A este no se la levantas si no entras en un cuadro de Caravaggio” (ibid. p, 318). A Pasolini, una cosa así le parecía triste, pero Caravaggio, comparado con los actuales afrodisiacos de internet, desde luego no tiene color, o mejor dicho gana por goleada en cuanto a sombras y colores.
En fin, que entresaco de la biografía de  Bonilla unas pinceladas que reviven a la hermana y que dan idea de hasta qué punto debió de disfrutar y padecer a la sombra de su hermano:

“Una mañana Terenci se presentó en el colegio de su hermana y pidió hablar con el director, Emilio Ramos, y le dijo que tenía que dejar salir a la niña antes de su hora, porque su madre la necesitaba en casa. Concedido el permiso, una vez en la escalera, Terenci le ordenó a su hermana pequeña: “Corre, nena”. La niña preguntó: “¿Pasa algo grave?”. “No, tonta, no; nos vamos al cine”, le dijo Terenci. Y, en efecto, se fueron al Savoy a ver Noches blancas, acto que repetirían varias veces porque la película les encantaba” (p., 139).

“De aquellas sesiones de trabajo…da cuenta también, con plausible y encantadora hilaridad Ana María Moix en el libro de entrevistas Infame turba, donde el joven Gimferrer aparece como un ser extraplanetario, incapaz de comunicarse con la joven sino a través de su hermano, incluso en las ocasiones en las que ella estaba presente, ocasiones en las que Gimferrer comenzaba sus frases dirigidas a ella, a través de Terenci, con un “Dile a tu hermana que…” (p., 212).

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