jueves, 4 de abril de 2013

En la orilla, de Rafael Chirbes

“Hablas de ética y parece que suenan los violines cuando –hoy y siempre- la palabra lleva una ofensiva carga de desazón y violencia” (R. Chirbes, en Gracia, J. y Ródenas, D., Historia de la literatura española, 7. Derrota y restitución de la modernidad, 1939-2010, Crítica, 2011, p. 918)

Para leer la última novela de R. Crirbes, En la orilla (Anagrama, 20013), y apreciar sus virtudes casi sería mejor conocer de antemano  el escaso argumento de la obra, a cuya resolución ni siquiera asistimos. Quizá, así, podría entenderse mejor esta  especie de torbellino digresivo que va cerrándose sobre sí mismo según aumenta su intensidad, como ese pasado que para Esteban, el protagonista, se ha “convertido en un alien que se hincha, aglomeración de caras y voces que me llena y presiona dentro hasta convertirse en algo insoportable”.

El final está esbozado casi al principio, cuando un joven marroquí  descubre despavorido unos cuerpos calcinados a la orilla del marjal. Allí Esteban fue feliz en la infancia y es donde acude  a terminar sus días, llevándose por delante a su decrépito padre y al perro de caza con el que había compartido sus últimos años. El suicidio no narrado parece querer quitar la adrenalina de la acción a la historia, que se centra en la visión íntima del protagonista, en una especie de rendición final de cuentas. Hay algún diálogo, alguna pequeña anécdota, pero todo está filtrado por su conciencia dolorida . El desencadenante del drama es la quiebra de su empresa  a causa de arriesgadas inversiones realizadas durante los mejores años de la reciente burbuja del sector de la construcción.  En la novela, por pasar, no pasa casi nada, pero se cuenta una vida entera a través de la evocación y el sentido análisis del personaje mismo. La esquizofrenia entre el mundo exterior y la vida de Esteban se acentúa en las partidas de cartas en las que  habla consigo mismo al tiempo que mantiene vivo el hilo de la comunicación con sus amigos. Entre lo que ellos parecen ser para sí mismos y lo que son para Esteban media un abismo. En esa grieta, presente en su vida toda, está el drama del personaje. Solo el marjal y el recuerdo de Leonor le reconcilian consigo mismo. Pero ella le abandonó y el marjal es tan hermoso como siniestro, un territorio en que vida y muerte se enredan sin solución de continuidad.

A la hora de llevar a cabo su arduo empeño Chirbes vuelve a apoyarse, seguramente con más intensidad que en Crematorio, en los monólogos interiores. Ya lo había hecho en la trilogía formada por La larga marcha (1996), La caída de Madrid (2000) y Los viejos amigos (2003), dispares, por lo demás, en lo que se refiere a la elaboración de la prosa. También en Los disparos del cazador (1994) había dado voz a un viejo que al final de su vida hace cuentas con su insatisfactorio pasado. En ese sentido, para lo bueno y imagepara lo malo, cuando uno lleva leídas trescientas casi siempre intensas páginas de  En la orilla, llega un momento de cierto hastío en el que piensa que está ante más de lo mismo, el mismo Chirbes empeñado en iluminar con su prosa crítica los recovecos de la realidad personal y social.  “Interesante y profundo, sí, pero algo cansino”, está uno tentado de concluir al colocar el marca páginas al libro antes coger aliento para enfrentarse al último tramo. Sin embargo, es sin duda esa última parte la más sabrosa, aquella en la que el escritor echa el resto y aquella en la que, sin perder el ritmo ni el referente último de la realidad, crea su mundo propio. Ahí está lo mejor de él , su perspicacia, su capacidad de atender a los múltiples matices, su intensa y cuidada prosa, su fogonazos líricos, tan melancólicos y crudos. (Una dedicatoria autógrafa de  Chirbes)

A este estudio narrativo sobre los devastadores efectos de la crisis y la vejez, con la muerte como tema de fondo, solo se me ocurre ponerle algún pero. Uno, la historia de amor fallido entre el protagonista y Leonor, la hija de  pescadores que acabará siendo una cocinera parvenue con dos estrellas Michelin. El filón está bien excavado, pero, en mi opinión,  le faltan raíces narrativas suficientes como para adquirir el relieve que tiene en la conciencia del protagonista. El otro pero consiste en que la alta tensión discursiva, bien mantenida, en algún momento cala hasta caer en el tópico, quizá en particular en lo que se refiere a la asistenta de Esteban.

Una de las claves del proyecto narrativo de Chirbes quizá haya que buscarla en Francisco, el amigo de Esteban, un escritor de lo obvio, vulgar, príncipe de la redundancia, advenedizo, pagado de si mismo, banal, mal amante de los buenos caldos, rentista de los años de la burbuja, heredero de los desmanes del franquismo. Si Esteban se siente retratado y consumido en lo que no ha sido, ni artista ni hombre de familia, porque le definen sus carencias, Chirbes sigue firme en su propósito de ser la contrafigura de Francisco.

miércoles, 3 de abril de 2013

Aldabas corroídas de San Juan de Luz

…mas si de navegar estás resuelta,/ya te prevengo llantos a tu vuelta (F. de Quevedo)

 

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martes, 2 de abril de 2013

Socorro, socorro, un león se ha escapado. Murió Enzo Jannacci.

No sé si era por algún tipo de excitación que no controlaba –¡vaya excitación sería si hubiera podido controlarla!-, pero Mexico e nuvole me hacía partirme de risa. La cantaba E. Jannacci, un tipo serio, de la misma catadura que B. Keaton, cara de palo. Además, en los años setenta llevaba unas gafas oscuras, como las del cantante de Los tres sudamericanos, aquel trío de alta densidad erótica, tu boca, guayaba madura. Los cristales tintados, gordos como lupas, le hacían parecer más inexpresivo aun. Y es que el cómico risueño juega con ventaja, pero al de verdad, el que sabe que uno solo se puede reírse de los demás si se ríe de sí mismo, prefiere jugar con una mano en el bolsillo, sin buscar fáciles complicidades de monologuista de turno.
No hay nada tan serio como la sonrisa profunda, la que nace del descreimiento, esa que no consigue convertirse del todo en risa, la que rebuscando en la miseria te reconcilia con el puerco género humano, porque te refresca la cara . Y al salir del cabaret o al acabar la canción en la tele te sientes uno más, aunque un poco mejor que antes, como si la ironía fuera el agua que te hace tragar, digerir sin que se enquiste la mala leche. El humor es compasión hacia uno mismo y solo se puede ser bueno sabiendo a conciencia lo que es ser malo y que los malos de verdad  son los que no se ríen.
Torrebruno hizo una versión de una de las canciones que Jannacci compuso con G. Gaber y D. Fo, el premio Nobel de literatura quizá más divertido de cuantos ha habido. Era una versión infantil de la canción (Vengo anch’io?) más adultamente infantil de cuantas conozco. Torrebruno era italiano. Que yo sepa ese es uno de los pocos ecos que Jannacci tuvo en España. Lástima que, por ejemplo, A. Pla no lo haya versionado.
La versión de Jannacci
La versión en español de Torrebruno

Fíate de la virgen y no navegues. Distintos faros en San Juan de Luz

 

 

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lunes, 1 de abril de 2013

El ala negra. A propósito de una foto de Bert Hardy

15 novembre
Il y a un temps où la mort est un événement, une ad-venture et à ce titre, mobilise, intéresse, tend, active, tétanise. Et puis un jour, ce n’est plus un événement, c’est une autre durée, tassée, insignifiante, non narrée, morne, sans recours: vrai deuil insusceptible d’aucune dialectique narrative (R. Barthes, Journal de deuil, Points, 2009, p.60)
C'era una volta Londra, la guerra ha gli occhi di Bert HardyPhotograph: Bert Hardy/Getty Images (Fuente)

El ala de la muerte siempre está dispuesta a acariciarte, a cualquier hora. A veces,  te llega solo la corriente del aire que mueve en la distancia. La sentí de pequeño a través de los gritos de la vecina del piso de abajo. Al despertar, se encontró a su marido tibio junto a ella y se puso a chillar. Mi padre, con la pereza doméstica de los médicos, fue a ver qué pasaba y volvió al rato para dar fríamente la noticia. La vez siguiente, el ala me entró por los ojos, por el resquicio de una puerta a través de la que vi a mi abuelo muerto, muy viejo, pero con la expresión seria de siempre. Fue sólo un fogonazo, una cabeza en medio de  una raya vertical de luz. Caprichos del recuerdo,  mi memoria se empeña en verlo sobre una mesa, no sobre una cama.
Después, hubo alazos helados, fríos y secos, puñetazos sobre un tablero demasiado frágil para tanta saña. Pero también toquecitos en la espalda, como para hacerse recordar, llamadas perdidas. Alguna compañera, el padre de algún medio amigo.  
Desde hace no mucho, contemplo el revoloteo del ala en las esquelas del periódico. Esta misma mañana, en el bar, alguien me pillo con las del Heraldo…y yo ni cuenta me había dado de que al ojearlo me había quedado parado unos segundos más en esa página que en las otras. También he visto al ala  amenazar sin cumplir la amenaza al instante, difiriendo la acción, con la seguridad bancaria de quien sabe que esa deuda no va a quedar pendiente, pero dejando respirar al interesado. 
Durante la guerra, el ala de la muerte entra en un éxtasis orgiástico, reparte mamporros por doquier,  gira con engranajes imprevisibles. Así es como la imagino, borracha, vomitando lo que come poco después de haberlo ingerido, metiéndose en callejones, indiferente, menos selectiva que en tiempo de paz, caprichosa, sin importarle perder plumas en las paredes de los callejones por los que se mete. A todo está dispuesta con tal de entrar en ambientes domésticos y poderse sentar a desayunar con las familias, con tal de colarse entre los visitantes de los hospitales, de acercarse a los colegios.
Pero, los niños, ay, los niños de la calle son capaces de jugar a pídola y volar sobre el precipicio, por encima de las lápidas. Yo fui niño sin guerra y seguramente menos desgraciado que la mayoría de los que aparecen en las fotos de Hardy, pero enseguida supe que el ala no respeta edades.

Bert Hardy exhibiton : Bert Hardy exhibiton Photograph: Bert Hardy/Getty Images, Life of an East End Parson, 1940

La foto de Bert Hardy proviene de una galería de imágenes del fotógrafo inglés, al que la Photographers’ Gallery dedica una exposición a partir del próximo día cuatro, cuando se cumplen cien años de su nacimiento y dieciocho de su muerte.

He aquí algunas otras fotos suyas con niños ( Fuente, Fuente):

C'era una volta Londra, la guerra ha gli occhi di Bert Hardy

l_umanit_sotto_le_bombe_gli_occhi_della_guerra_di_bert_hardy-55577464Bert Hardy, Life of an East End Parson, November 23rd, 1940

The_Gorbals_Boys__Glasgow__1948_514743d14ce7cBert Hardy, The Gorbals Boys, 1948

Tiger_Bay__Cardiff__1950_5154739c7a3a1Bert Hardy, Tiger Bay, Cardiff, 1950

C'era una volta Londra, la guerra ha gli occhi di Bert Hardy


Bert Hardy, Cockney Life at The Elephant and Castle, 1949Bert Hardy, Cockney Life at The Elephant and Castle, 1949

C'era una volta Londra, la guerra ha gli occhi di Bert HardyBert Hardy, Millions Like Her, Betty Burden, A Shopgirl, Birmingham, 1951



C'era una volta Londra, la guerra ha gli occhi di Bert HardyBert Hardy, The Combined Fleets Ashore, Gilbratar, 1954