martes, 23 de julio de 2013

Indigentes, mis semejantes, mis quasi frères.

 

IMGP0195My Madinah, Pupp Tent, Puss Tent, 2005. Jason Rhoades. Colección Helga de Alvear.

No sé cómo llamarlos. Se me atragantan todas las palabras que se me ocurren. Pobres, mendigos, indigentes. Lo son, pero no es eso lo que los define, me parece. Vagabundos, tal vez. Pero vagabundos pobres que a veces no piden. Además, el vagabundo tiene algo de vocacional. Los términos sin techo, sin casa, calcos del inglés, me contentan solo porque no arrastran  en mí aludes de connotaciones, evitan saludar  a tantas otras palabras que se cruzan en su camino. Quizá clochard, que no es nada transparente, sería mejor. ¡Pero, cualquiera se atreve a decirla! Intentaré usarla conmigo mismo.

También se me atraganta hacerles fotos. Solo me permito disparar deprisa y corriendo, a bastante distancia, sintiéndome culpable, no tanto porque les vaya a molestar como porque  tienen derecho a molestarse.

He leído que no suelen acabar en la calle a la franciscana, despojándose iluminados de lo que tenían, renegando de su origen, sino poco a poco, bajando de uno en uno los peldaños de su escalera, saltando tramos enteros a veces. Despidos que se enconan, trastornos mentales que no se asisten, drogas demasiado caras y exigentes. Cosas, que en mayor o menor medida, nos pasan a casi todos.

Veo a uno leyendo, bajo los soportales de El Corte Inglés de Goya, en Madrid, y a otro al que se le han pegado las sábanas en su terraza de la sucursal de un banco y esos escorzos de dulce vida cotidiana descontextualizada los acercan a mí. Me recuerdan que siempre tuve un porcentaje, variable con los años, de deseo de abandonar, de impermeabilizarme frente a lo deseable, lo previsible, de no ser lo era, lo que soy. El verano lo acentúa, el calor lo reaviva.

En la última estúpida fiesta de disfraces sin ingenio a la que asistí me negué a acatar el diktat que imponía un sedicente atuendo ibicenco. Bajé al sótano del chalet adosado y rebuscando encontré un viejo carrito de la compra. Le metí dentro un palo de fregona  y subí diciendo que me había disfrazado de indigente. La ropa no lo desmentía. No abandoné el carro en toda la noche y no pude llevármelo a casa, porque en un descuido la dueña lo recuperó. Quizá no haber cumplido en la vida un acto de ruptura con todo invita a hacer pantomimas como esa.

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IMGP0198My Madinah, Pupp Tent, Puss Tent, 2005. Jason Rhoades. Colección Helga de Alvear (detalle).

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