viernes, 21 de septiembre de 2012

Aldabas de Tenerife (II). La Laguna, la città ideale que se vuelve pesadilla a la hora de buscar el coche de alquiler aparcado quién sabe dónde.




Aldabas de Tenerife (I).



Città ideale, Galleria Nazionale delle Marche, Urbino (Fuente)



Cuando uno pasea por el casco antiguo de La Laguna es fácil que le venga a la cabeza el cuadro La ciudad ideal, de dudosa atribución a Piero della Francesca, y también a Leon Battista Alberti, quizá no tanto por la imagen pintada como por el título, por la idea de honda raigambre renacentista que subyace en ella. La ciudad, una de las más nobles y complejas encarnaciones del ideal humano, debía reflejar altas cotas de racionalidad. En su diseño se mezclan los vectores de la cosmovisión renacentista, centralidad del hombre (“El cuerpo humano es, por antonomasia, la unidad simbólica del Renacimiento”, R. Argullol), perspectiva, teoría de la proporción,  revitalización del arte grecoromano y de la arquitectura clásica.
Plano de La Laguna de Torriani, realizado en  1588 (Fuente). El trazado urbano coincide con el actual.

Todo ese cúmulo de pretensiones tiene uno la sensación de estar viendo dramatizado mientras pasea por las calles rectilíneas de este pequeño Nueva York canario. Da la impresión de que nada fue dejado al azar, de que todo debía ajustarse a un plano previo. No hay casi curvas y se imponen los pasajes modernos cubiertos cuando entre una vía trasversal y otra la distancia es excesiva. La imagen de corrección, de orden, de urbanidad, contrasta con la de las ciudades embutidas, irregulares, fruto de la acumulación y de los mini planes urbanísticos, públicos o privados. Si en algunas urbes el orden está reservado al extrarradio, a los barrios de protección oficial, aquí todo es moderación, sensación de unidad entre el cuerpo, la casa, la ciudad, el mundo, sin colapsos entre uno y otros.
Pero, cuando llega la noche y el turista no sabe bien dónde ha dejado aparcado el coche de alquiler, del sueño de la razón nace una desorientada caminata en la que los puntos de referencia se confunden y el ideal, una vez más, se vuelve insignificante y opresor. Por suerte, las aldabas, casi ninguna de época, pero casi todas con algo de gracia en el badajo, pueden servir, como las miguitas del cuento, para reencontrar el camino hacia el Ayuntamiento.


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Città ideale (anonimo fiorentino, fine del XV secolo) (Fuente: wikipedia.it)

miércoles, 19 de septiembre de 2012

Muere Carrillo. Comunistas.

Entre los ilustres, los ha habido de todo tipo:  filósofos que acabaron abrazando el islamismo o medio locos, como Garaudy y Althusser; otros a los que se les atribuyeron coqueteos con la lucha armada, como Toni Negri; otros que acabaron en las tertulias de las peores televisiones renegando de todo menos de ellos mismos y de quienes les pagan, como Albiac; otros, cuyo comunismo duró lo que dura un sueño de

verano, acabaron siendo ministros del PP, como Piqué. Es verdad que unos pocos, como Fernández Buey, murieron con las botas puestas. También lo hizo su maestro, Manuel Sacristán, de fe falangista en su adolescencia. Los hubo también que en el comunismo vivieron grandes aventuras, como, sin ir más lejos, J. Semprún, pero también los hubo que fueron asesinados, como Grimau, en la línea de los históricos Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht. Los hay que son historiadores de primera línea, como E. H. Carr, que, como recuerda Judt  en Olvidado S.XX, nunca ha renegado de sus creencias, y sobre todo, nunca ha denunciado desmanes; hispanistas muy dotados, como Blanco Aguinaga; historiadores del arte, como Anthony Blunt, de los Cambridge Five,  tan bien recreado por Banville en El Intocable. Y también los hubo grandes escritores, como Grossman, que denunció todo lo denunciable, pero siguió creyendo en ideales parecidos a los que llevaron a las prácticas que había denunciado. Por haber, hay hasta estupendos personajes literarios, como Ira Ringold, el protagonista de Me casé con un comunista, la novela de Roth. Pero, es que, si lo piensas bien, los hubo provenientes de todas las clases sociales, la duquesa roja o, si me apuran, el mismísimo E. Berlinguer, hijos de capitostes miltares que tuteaban a Hitler, como la hija de  Hammerstein, al que espió, según cuenta  Hans Magnus Enzensberger en Hammerstein o el tesón, y tantos hijos de don nadie, de los que no sabemos nada de nada, pero que se la jugaron y perdieron o medraron, denunciaron o fueron denunciados, abjuraron o tragaron, sinceramente o por conveniencia. Los hubo españoles, que entraron en el París ocupado antes que nadie, y otros que denunciaron a compañeros, sabiendo que la denuncia era falsa, que fueron torturados, denunciados, expiados, purgados, acusados de desviacionismo, revisionismo, trotskismo, y casi más ismos que los de las vanguardias, por sus camaradas. Ah, y los hubo que sabían que creían, quiero decir que eran conscientes que lo suyo era una creencia parecida a la que criticaban en otros, creencia, superestructura, un traje a medida de sus debilidades, porque necesitaban un hogar, una iglesia, un dios.

Pero no les voy a cansar con más enumeraciones de tipos, actitudes, tendencias, afinidades, porque todo cupo en la larga historia de los movimientos comunistas. Ayer murió uno más, postrer vestigio de lo que impulsó en todo el mundo la Revolución de octubre. Murió uno más, y eso, sin duda hay que concedérselo, de los que creyeron en un mundo mejor, sin pobres ni ricos, en el que se pudiera pedir a cada uno según su capacidad y en el que cada uno recibiera según su necesidad, un mundo por fin sin estado represor, disuelto por innecesario, superfluo, muerto por inanición. En el camino cometieron barbaridades, unos más y otros menos, y de ella son responsables personalmente, sin excusas, pero, y eso también hay que aceptarlo, si no hubiera algo muy poderoso en la idea que les llevó a  la acción, un confuso anhelo de justicia, de igualdad, no se hubieran movilizado millones de personas en la lucha contra las dictaduras y, por desgracia, a veces también, contra las democracias. Carrillo fue uno de ellos.

lunes, 17 de septiembre de 2012

Aldabas de Tenerife: La Laguna (I). Fotografiar aldabas es un placer comparable a decir “tula” o a hacer chufa.


Aldabas de Tenerife (II). La Laguna, la città ideale que se vuelve pesadilla a la hora de buscar el coche de alquiler aparcado quién sabe dónde.

Agarrarse a una aldaba o hacerle una fotografía es como decir “tula” o hacer chufa en el juego infantil de perseguirse, un paréntesis de  calma, de momentánea felicidad, antes de  a tener que volver a correr. Vas por la calle de una nueva ciudad como si entraras por primera vez en El Corte Inglés, con tantos reclamos visuales que no sabes dónde mirar. Que si una cornisa, una ventana, un patio en sombra con un pozo en medio, un escaparate, tantos focos de atención que acaban en jaqueca. Además, poco a poco se va haciendo tarde, quizá ya la hora de comer, y vas sintiendo la conciencia magullada, porque sabes que te perderás cosas, detalles, una capilla, una tumba, un árbol sobre los que después leerás estupendas páginas. No, a aquella ciudad no volverás nunca más y no habrás gozado el inmenso placer de ver un cuadro, quien sabe si una fundación entera, como la dedicada a Cristino de Vera en La Laguna. Ir buscando aldabas te ahorra incertidumbres y, aunque incómodo para los que te acompañan, que tienen que estar parándose cada poco, da sentido a las visitas, pues el botín de imágenes digitales que consigues es un consuelo frente al tiempo que pasa, las vacaciones que se van, los días que escapan. A veces, desdeñas una aldaba que ya tienes de otra ciudad o que es muy ramplona, a veces, incluso, la desdeñas dos días seguidos, pero, a menudo, cuando pasas delante de ella por tercera o cuarta vez, reencuentras el placer de decir “tula”.  Fea y herrumbrosa o rara y preciosa, lo que cuenta a la hora de hacerle una foto es ese instante de orden, esa sensación de haber llenado un hueco, haber calmado un atisbo de desazón, que mueve al coleccionista y al jugador a seguir queriendo otra partida, otra imagen más.

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domingo, 16 de septiembre de 2012

Instantáneas de Hombres y mujeres no ilustres. La serie “There is something I don’t know”, de Jitka Hanzlová.

 

Jitka Hanzlová, Sin título, 2011. Serie: There is Something I Don’t Know. © Jitka Hanzlová.

Cómo me gustó aquel libro de G. Pontiggia que se titulaba Vite di uomini non illustri (Vidas de hombres no ilustres, Mondadori, 1995, 1993, en el caso de la edición original italiana). Contiene una veintena de biografías de gente común, pero tratada, por lo que se refiere al estilo en el que están narradas sus vidas, como si de personajes ilustres se tratase, siguiendo el tono de las obras de la antigüedad latina. Los acontecimientos elegidos, qué sé yo, un parto cesáreo o con los pies por delante, serían quizá significativos si su protagonista hubiese adquirido trascendencia, pero las vidas que Pontiggia inventó son las de seres anónimos, en las que las anécdotas vitales son importantes, con suerte, para su familia y poco más. El contraste entre el contenido y el estilo dota, sin embargo, a la obra de una difusa ironía igualatoria. Y es que, en el fondo, los intrascendentes detalles escogidos quedan legitimados narrativamente por la pericia de Pontiggia a la hora de demostrar que en la vida del hombre común también caben los signos premonitorios, las extrañas coincidencias y los encuentros reveladores, esos mismos que en las vidas de los personajes ilustres acaban por tener una fatal o feliz trascendencia histórica.

Las fotos de la serie “There is Something I Don't Know” (2000-2012), de Jitka Hanzlová (República Checa, 1958), que hasta el día 2 de septiembre se podían ver en la exposición organizada por Mapfre (visita virtual), en Madrid, comparten con el libro de Pontiggia el tratamiento solemne del sujeto común, acentuado en este caso por los perfiles casi numismáticos, de origen romano, y tan queridos por algunos artistas del renacimiento, los fondos oscuros, también de raigambre renacentista, e incluso por las prendas de vestir que llevan algunos de ellos, a medio camino entre lo principesco y el mercadillo de la esquina. Tengo la sensación, no obstante, de que a diferencia del la obra del escritor italiano, en la que se producía una especie de homogeneización del género humano, por encima de los avatares personales de cada uno, en Jitka Hanzlová hay un empeño por buscar la singularidad, por retratar a sus modelos como especímenes  únicos, o por lo menos situados con total preeminencia en el momento de ser retratados. Pontiggia hablaba de sus sujetos banales como si fueran príncipes, desvelando hasta qué punto los mecanismos de la retórica crean espejismos de excepcionalidad, Hanzlová consigue retratar al príncipe que sus modelos llevaban dentro, como si el espejismo fuera real.

Leo que algunas fotos de la serie fueron hechas en Madrid, poco antes de ser expuestas:

Jitka Hanzlová, Sin título, 2005. Serie: Forest. © Jitka Hanzlová.

 

Jitka Hanzlová, Julia, from the series "There is something I don’t know"

 

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Jitka Hanzlová,  from the series "There is something I don’t know"

 

Sin título, de la serie There is Something I Don´t Know, 2007

Jitka Hanzlová, from the series "There is something I don’t know"

 

Jitka Hanzlová, from the series "There is something I don’t know"

 

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Imagen de la exposición (Fuente)

 

Exposición de la fotografa Jitka Hanzlová en la Fundación Mapfre en Madrid. / SANTI BURGOS

Dos principios de las biografías de Pontiggia:

Nasce, dopo un travaglio di due giorni e con l’aiuto del forcipe, alle cinque del 13 gennaio 1895 nella clinica Maria Addolorata di Pavia. Non conoscerà mai la madre, Giuliana Gagliari, deceduta per anemia emorragica in seguito al parto. Non perdonerà mai a Dio – lo ripeterà tutta la vita – questa ingiustizia.

Vitali Antonio Nasce per parto podalico il 2 luglio 1932 nella clinica Regina Elena di Trento. Sua madre gli ricorderà spesso, nel corso degli anni, i dolori che le ha provocato una nascita simile. Ma solo a cinquantun anni capirà quanto quella anomalia abbia influito sulla sua crescita. Glielo ripete, mentre lo tiene immerso nell'acqua calda della vasca, il 2 luglio 1983, la sua amica di Merano, che gli ha chiesto di rivivere l'evento.