Habrá una mar sin nadie, bajo una luna llena...(JRJ)

Sacar la llave del bolsillo y descubrir que ha perdido sus dientes de sierra, ponerte las gafas y ver peor, descubrir que la suela del zapato te huele a mierda en un concierto de Chopin, que un boquerón en vinagre de repente colea, llevar la bragueta bajada mientras explicas los pronombre indefinidos, conducir un autobús de Tuzsa lleno de
gente, que el día de mi cumpleaños todas las llamadas sean de empresas de telefonía, abrir los ojos por la mañana y ver a
Pequeña instalación de Un paisaje holandés, exposición de la Casa encendida, Madrid.
Mourinho en camisón, llegar a clase y encontrarla vacía, o con todos mis parientes de segundo y tercer grado, tía Encarnita, que en el Corte Inglés nunca te hayan vendido el ordenador que compraste allí, que tus zapatitos viejos te hagan rozaduras, no volver a saber de ti, que mi perro mee en la esquina de un confesionario, alisarme el pelo con la mano y notar algo vivo, ver Intocable otra vez, pensar en otra pesadilla.
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Letizia Battaglia Palermo 1995. Foto by shobha. |
Con el calor veraniego ya en el horizonte, les llega a las alpacas el turno de ir a la peluquería. A mí también me llega, porque, aunque escaso y poco calorífero, no deja de crecer este jodido pelo, un tiempo fuente de dicha y orgullo y hoy doméstico no del sol, como el gallo de Góngora, sino de los años que pasan.
Voy pidiendo a las mujeres con las que tengo algo de confianza –no la tengo con ningún hombre- que me eviten el mal trago de ir a la peluquería, pero no se apiadan de mí, que si va a quedar mal –mejor mal que relamido, como va a quedar en la peluquería-, que si se va a llenar todo de pelos –me comprometo a usar la escoba, el aspirador ciclónico y hasta el desinfectante-, que si las tijeras no cortan –no se me ocurre nada que decir.