viernes, 13 de julio de 2012

Momentos Roth, un recorrido personal por 10 obras de Philip Roth. Lo que más me gusta de cada una de ellas: Némesis (VI).


- Me casé con un comunista (I).
- Pastoral americana (II).
- La mancha humana (III).
- La Conjura contra América (IV).
- Humillación (V).


6. Némesis (2010):
I'll find you in the morning sun
And when the night is new
I'll be looking at the moon
But I'll be seeing you (I’ll be seeing you -Sammy Fain, Irving Kahal)
Némesis es una novela perfecta en lo que se refiere al equilibro entre materia narrada e intensidad. Caben en ella, en poco más de 200 páginas, personajes protagonistas (Bucky, Marcia),  secundarios (la abuela, el narrador) y algún comparsa (los niños), anécdotas significativas y descripciones funcionales, hasta completar una historia redonda. Los personajes no son abordados tan de lejos como en la novelas largas de Roth, en La mancha humana o Me casé con un comunista, por ejemplo, pero tampoco tan de cerca como en Humillación. Némesis representa el término medio, puro equilibrio, como Indignación, por poner otro ejemplo. Pero esa firme y enérgica economía narrativa está transida de intensa emoción no impostada, fruto de una escritura poco digresiva, que ilumina lo esencial sin andar buscando ilustrar todos los rincones de la casa, todos los ángulos vitales de los protagonistas. Seguramente, bastantes de las escenas, de los hilos narrativos, en los que se podría descomponer la obra  equivaldrían a un poema lírico, aunque fuera adolescente, como, de hecho ocurre con la carta que escribe Marcia (Mi hombre, mi hombre…) a “Bucky” Cantor, el concienzudo y atlético pero miope protagonista, desde el campamento de verano en el que vive alejada del mal, la polio de 1944. También cabe interpretar en ese sentido la recurrencia de la canción I’ll be seeing you, verdadera sintonía del amor entre los protagonistas. Al tiempo que contextualiza la historia, la atemporaliza. Si la trama avanza diacrónicamente, en horizontal,  la intensidad puntea la narración como una fuerza vertical que la dota de sentido tanto emocional como metafórico. Entre las fuerzas, una que tiende a la inmovilidad y la otra que tiende a la sucesión, se establece un sólido equilibrio, tanto que quizá no era necesario jugar con la anécdota, posponer el descubrimiento de que el protagonista era un portador sano de la polio, un inconsciente difusor del mal.
Se podría decir algo parecido al nivel del significado global de la obra: un tema, el del imposible control de las consecuencias de los propios actos, por bien intencionados que sean, se escenifica a través de la vida de un joven. Se trata de la parábola novelada de la soberbia inconsciente, de la pequeñez del espécimen humano frente al destino inescrutable, a menudo empeñado en contradecir los proyectos, las intenciones, lo aprendido en casa o la escuela, como le ocurre a El sueco, de Pastoral americana, que casi acaba por aprender a través del sufrimiento. Es más, la coherencia rígida, la vida que sigue un férreo guión, como pretende hacer “Bucky” con la suya, la vida que es fruto de las grandes palabras, los grandes discursos,  no es capaz de poner puertas al campo, de cerrar las exclusas al destino. De ahí surge la épica, no la del self made man, sino la de su imposibilidad. En el gesto bien intencionado, aceptar la mano del tonto del barrio (el beso de circunstancia que da el padre a la hija pequeña en  la Pastoral), sucio y mal oliente,  quizá se halla la raíz del la enfermedad que el muchacho llevará consigo al paraíso de la colonia veraniega. La posibilidad de que se desencadene la némesis, entendida como una suerte de antojadiza e impía naturaleza, con querencia por lo trágico, radica allí donde menos debería, en donde el empeño por hacer el bien se pone más de manifiesto.
Por otro lado, el discurso no es unívoco, y, por momentos, el texto parece querer presentarnos esa buena voluntad del protagonista como una especie de narcisismo o como la actitud maníaca de quien cree que debe recibir necesariamente un premio o un castigo por sus actos, por haber dejado la ciudad de Newark, en pos de su amada. En la clase de saltos de trampolín, de aire tan paidético, que el protagonista, monitor de actividades deportivas, imparte a otro joven al poco  de su llegada al campamento, se concentra lo mejor y lo peor de su carácter, su generosidad y su perfeccionismo. Pero más allá de todo, estaba el implacable virus de la polio, que llevaba dentro sin saberlo.


Sam Falk/The New York Times / Philip Roth in 1964, two years after the publication of "Letting Go."




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