martes, 22 de mayo de 2012

James Taylor, un pecado de adolescencia siempre pendiente.

A principio de años setenta, después de comer, con algo de timidez, porque no sabía bien si a mi hermano le gustaba o le fastidiaba, me sentaba junto a él en un sofá cama cubierto por una áspera colcha de cuadros rojinegros y unos cojines a juego de respaldo. Creo que, en realidad, no me sentaba junto a él, sino que me acurrucaba en la zona en penumbra, al otro lado de un radiocasete en el que oíamos Vuelo 605, el programa que Ángel Álvarez hacía en la sobremesa entre semana. Apretando dos botones del aparato, play y record,  al mismo tiempo, se podían grabar las canciones que sonaban. Alguna vez,  salía disparado del cuarto de estar con los dedos ya preparados para la operación y me encontraba con que mi hermano no quería absolutamente esa canción o quizá ya la estaba grabando él mismo, sentado en la parte noble del sofá, junto a la mesa en la que había una lámpara. No sé, la verdad, si su actitud era hostil o amistosa, una bruma ambigua envuelve esas lejanas escenas, supongo que las dos cosas al tiempo. Era su cuarto y yo el pequeño. Tampoco sé si jugábamos a darnos patadas o nos las dábamos de verdad en el sofá, cuando A. Álvarez se ponía pesado o había publicidad.
Eran años en los que los ladrillos culturales con los que yo intentaba hacerme una casa provenían más bien de la fábrica de otro hermano mío, firmemente comprometido con los movimientos ilegales de izquierda, curioso impenitente, consumidor de cualquier libro, del tema que fuese, cualquier película, que se alejara de lo burdamente comercial, y, algo menos, cualquier disco, sobre todo si estaba enmascarado bajo pretenciosas añagazas de refinamiento o sentimentalidad. Pero por entonces aún no se habían afirmado mis gustos ni tenía la suficiente fuerza de voluntad como para disciplinarlos, someterlos a criterios ideológicos rigurosos que los hicieran coherentes con el personaje que empezaba a diseñarme a medida y que con el paso de los años acabaría siendo.
Mi hermano grababa a James Taylot, I’ve seen rain, I’ve seen fire, pero yo sabía que al otro hermano le gustaba más Dylan, when the rooster crows at the break of dawn, y todavía más Big Bill Broonzy, if you was white, should be all right, If you was brown, stick around, but as you's black, hmm brother, get back, get back. Así es que oía con el rabillo de la oreja a Taylor y sus dulces melodías, porque eran años de ortodoxia marxista, de vanguardias obreras o estudiantiles y se empezaba por ceder a un capricho burgués para acabar en manos del enemigo. Pero el rabillo del oído se quedaba con la copla, de vez en cuando le volvía en forma de molesto  tatareo, y la mirada del adolescente que era yo soñaba con una amiga a que poder llamar,  winter, spring, summer or fall,  porque all you have to do is call.
Con los años, lo no disfrutado, algunas de aquellas aficiones pendientes, lecturas intrascendentes descartadas, comedias no vistas, volvieron periódicamente a seducirme. Cuando Taylor publicó uno de sus mejores discos, Hourglass, me decidí a comprarlo y bien que lo disfruté. Descubrí que su tristeza no era sólo un empalago superficial.
Han pasado los años, y cada vez que de viaje a Madrid en el autobús no sé qué oír ni cómo entretenerme, acabo jumping up behind him. Hace poco hizo una mini tournée en la que incluyó un par de conciertos en España. No fui a verle, desde luego, creo que no lo hubiera hecho ni aunque tocara en mi ciudad, porque sigo siendo más del equipo de mi otro hermano, de gustos difíciles, pero Taylor tiene algo en la manera de cantar, que always seems to make me change my mind.
Durante esa gira, concedió esta estupenda entrevista en Italia, en la que explica su manera de componer y tocar e interpreta alguna de sus canciones más conocidas:

                

En algún momento, he asociado la figura de Enrique Urquijo, el malogrado músico español, a la deTaylor, quizá por la densidad de algunas de las composiciones de los dos músicos, ambos creadores de calado medio escondidos bajo apariencia de ligereza y tristeza pasajera. He aquí las declaraciones que Taylor hizo hace unos años sobre otra de las experiencias compartidas con Urquijo, la de la droga:
"Las drogas son esencialmente aburridas y una pérdida de tiempo. Es tener la misma experiencia una y otra vez. Realmente, sustituyes las experiencias vitales por la droga; básicamente, reduces tus vivencias a una especie de anestesia química. Es tedioso, aterrador y deprimente. Al principio parece que funciona, te hace sentir mejor, más sociable, más echado para delante y con más éxito, y confortable. Pero, al final, la cuestión es que tienes suerte si no te mata o no mata a cualquier otra persona. Te dices que nunca más volverás a probarla una y otra vez. Cada mañana en la que te levantas enfermo, dices ‘nunca más’. Hay momentos terriblemente humillantes y descorazonadores, momentos clave, como presentarte delante de tus hijos totalmente drogado o quedarte dormido en una cena de Acción de Gracias por efecto de las drogas o el alcohol, o levantarte por la mañana y tener que dedicar tres horas a buscar tu coche porque no tienes ni idea de dónde lo has aparcado. Mi momento clave fue con la metadona: cuando tienes que viajar, te dan la cantidad necesaria. Recuerdo que tuve que hacer un viaje a Japón y, una semana antes de marchar de gira, me dijeron que la ley allí impedía introducir ninguna sustancia. No podía cancelar la gira. Me armé de valor y viajé sin la metadona. No podía comer nada, tenía convulsiones, como un animal enjaulado y loco en la habitación. Fueron dos semanas de mono y ahí lo supe. Ahora estoy recuperado”.

                                       

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