domingo, 22 de abril de 2012

¡Sarri, sarri!, combates de sumo entre dos luchadores de peso, una niña chica y un cuarentón al volver del clase.

El primer vajido del castellano, así llamó D. Alonso a las glosas emilianenses. Y el primer vajido,  el berrido del neonato que inaugura la función de la vida, Tokyo, bambini in lacrime tra i lottatori di sumodebe ser contundente, rotundo, prolongado, para que el bebé respire y los padres se puedan sentir orgullosos de su temible salud. ¡La que se les viene encima! Un pan bajo el brazo, pero el mismo todos los días, llueva o truene.
En Japón, una antigua tradición se renueva cada año a través del rito de los Tokyo, bambini in lacrime tra i lottatori di sumoniños que lloran asustados por luchadores de sumo. Se celebra en el templo de Sensoji, en

Tokio, y el llanto se considera un buen augurio. Supongo que lo ideal es que los bebés, cogidos en brazos por los gigantescos luchadores, bordeen lo que se denomina encanarse (Pasmarse o quedarse envarado por la fuerza del llanto o de la risa, rae), pero sin llegar al paroxismo. Si el llanto se pone difícil, porque el niño se pone a hacer sonrisas al luchador, pueden echar una mano otros personajes ataviados con máscaras demoniacas. (Fuente de las fotos)
Tokyo, bambini in lacrime tra i lottatori di sumo
De rodillas encima de la cama, frente a frente, con los puños de las manos apoyados en la colcha, al grito de tres, nos lanzábamos uno sobre el otro, ladeando la cabeza para no chocar. En vilo unos instantes, con las orejas pegadas, ella hacia la fuerza que podía y yo la suficiente para crear la ficción de que había combate. Después, nos dejábamos caer y obligábamos al otro a apoyar la espalda en el colchón. Ahí acababa el asalto. Antes de empezar uno nuevo decíamos, ¡sarri, sarri!, e imitábamos al árbitro del sumo que echa sal sobre la pista, quien sabe si para purificar el círculo, para que las moles de los luchadores no resbalen o para que se hagan daño, si es sal gorda. Una vez tras otra, la dicha de manejar un cuerpecillo que disfruta cuando lo lanzas por los aires o lo zarandeas; y para ella, quizá, el placer de que quien posee la fuerza la ejerza para jugar, con cuidado de no hacerte mucho daño, pero empleándose en la ficción, sudando con el ejercicio, entre gritos y brincos. Yo, ojalá ella también, me sentía como con un perro en el que confías, del que no esperas que te vuelva el morro, que te juegue una mala pasada, un pellizco inoportuno. Así, una vez tras otra, hasta acabar discutiendo, sin atender a las voces que decían, dejadlo ya, que os vais a hacer daño, hasta que un día se terminó. No sé cómo, sé que terminó, que al final yo no aguantaba mucho rato, que estaba algo depre, que recuerdo con gusto aquel rito, aquellos vajidos que decían ¡sarri, sarri!
    imageimage
imageRincón de las fotos. Clica sobre la imagen
             imageimage   imageimage
             Pen drive mamá y Canadá 2010 183
        imageimage

2 comentarios:

  1. Excelente entrada. En mi caso, también sé que terminó. Lo malo es que creo saber cómo...

    ResponderEliminar
  2. No sabes lo que se agradece una sencilla muestra de gusto por parte de alguien a quien nada debes ni nada te debe. Me cuesta transigir con los tópicos, pero cada vez estoy más convencido de que es esta una tierra en la que el tradicional laconismo lo que esconde es un carácter desconfiado, truculento, mezquino, al cabo. Recuerdo siempre a una pareja que de común acuerdo matrimonial (ex alumno de jesuitas, él, y ella mediocre parvenue)evitaban hacer halagos a los amigos, "no se lo fueran a creer". Una vez, un tercero amigo se compró un coche que era una virguería, pero no le dijeron ni mu. Tanto se notó la estrategia que el tiro les salió por donde debía, por la culata.
    Por contra, las redes sociales han reforzado el amiguismo, la falta de crítica y la independencia de juicio. Y no sigo, que debo llevar un mal día.
    Gracias otra vez.

    ResponderEliminar