sábado, 3 de julio de 2010

C. Laforet, la esfinge con secretos. A. Caballé e I. Rolón descifran las formas de una nube.

Certe volte sono bianche e corrono e prendono la forma dell’airone o della pecora o di qualche altra bestia ma questo lo vedono meglio i bambini che giocano a corrergli dietro per tanti metri…Vanno, vengono, per una vera mille sono finte e si mettono lì tra noi e il cielo per lasciarci soltanto una voglia di pioggia. (F. de André)
¿Por qué no se sabe si la madre de Carmen era una depresiva? ¿Y por qué no se pone nombre a la dolencia que la llevó a la muerte, dejando huérfana a la escritora con 13 años? ¿Es posible que Carmen Laforet sufriera anorexia? ¿Qué era esa supuesta enfermedad neurovegetativa que dicen que padecía la novelista desde los años sesenta? ¿La diagnosticó alguien?(Rosa Montero)
(Otra entrada sobre la biografía de A. Caballé sobre F. Umbral, con un comentario de la autora: Caras novedades de la feria de libro frente a vejedades a buen precio. Las biografías de Anna Caballé.)
Leo la biografía que A. Caballé e Israel Rolón han dedicado a C. Laforet e intento hacerme una imagen cabal del personaje. Pienso en Nada, su primera novela, y la siento como una rara flor, un texto quizá equiparable a lo que hoy calificaríamos como cult, en medio de un panorama artístico ensombrecido por los ideales fascistas de quienes volenti o nolenti andan con el espinazo doblado y haciéndoselo doblar a cualquiera que quiera beneficiarse de una parcela de poder.
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Carmen Laforet, una mujer en fuga, Anna Caballé e Israel Rolón

RBA, Barcelona, 2010. 515 páginas. 32 euros
A la resistencia silenciosa hay que buscarla con criterios arqueológicos en la carencia de ampulosidad del estilo de aquellos que habían apoyado a la República. Laforet ha pasado la Guerra civil en Canarias, donde todo ha sido menos intenso, pero donde la guerra sí llegó y, entre otras cosas, hizo que su padre se convirtiera en camarada de los vencedores. Pienso que la niña que entonces tenía quince o dieciséis años pudo vivir la guerra de forma parecida a como había vivido la enfermedad y muerte de su madre (1932-1934). En esta biografía, los dos avatares se plantean como tragedias de inmenso calado cuya importancia se manifestaba a través de síntomas ambiguos, padecimientos no sufridos de lleno, que, sin perder un ápice de trascendencia, se volvieronn incomprensibles, opacos, inasimilables. El ascenso de su madrastra (real y de cuento), antigua peluquera de su madre, al trono familiar vacante da inicio a un periodo negro de su vida, que acaba por acentuar su ensimismamiento, su tendencia a la ensoñación, su necesidad de fuga hacia la madre naturaleza (preludio de su urgencia por encontrar tierras siempre vírgenes) y hace que cristalice su sonrisa, un rictus que debía revelar una ganas de vivir equiparables al desprecio que ocultaba por lo que estaba viviendo. Pero lo que más llama la atención de estos años de adolescencia es el hondo desengaño que debió de producirle el comportamiento sumiso e irresponsable de su padre ante los desprecios y abusos que su madrastra perpetraba con ella. El héroe del deporte y la geometría tuvo que pasar a ser visto como un vulgar y elegante villano. Tanta pudo ser la decepción que Carmen, a los dieciocho años, enamorada, quizá no dudó en chantajearle (p., 92) para huir de allí en pos de R. Lezcano y de un sueño de libertad. Inicia así lo que podríamos llamar su vida adulta. Atrás queda su cementerio indio familiar e insular, un terreno que es mejor no volver a pisar, pero cuyo trasunto lleva muy dentro de sí. Y atrás queda también C. Burrell, una de sus madres putativas, modelos femeninos homogéneos con los que se sentirá identificada a lo largo de toda su vida, y que de una forma u otra, quizá en su vano intento de echar raíces, intentará emular. Caballé y Rolón las describen como mujeres resueltas, fuertes, decididas, como personas de las que moldean el mundo a su alrededor en positivo -en la teoría elaborada por Laforet sobre el gobierno femenino del mundo también hay otras mujeres que corrompen la vida (p., 322-323), algo que ella había sufrido en sus propias carnes. Burrell, mujer resuelta, destruyó muchos años después, por legítima desgracia, su correspondencia con la escritora.
A partir de entonces todo en la vida de Laforet son variaciones sobre el mismo tema. Los acontecimientos de la vida de la escritora se pueden resumir, así se hace en las alrededor de quinientas páginas de esta biografía y podría seguir haciéndolo yo a partir de ellas, pero hay en esos años previos a su marcha a Barcelona una melodía, que como un buen poema, no se puede resumir y esa melodía es la de un ser hondamente herido que anhela en vano una vida plena. También es la melodía de una persona dotada para la escritura, pero que, por un lado, vive una relación tremendamente conflictiva y contradictoria con su vocación, incapaz de perseverar en lo mejor que poseía, la capacidad de contarse a través de sus personajes, y que, por otro lado, se resiste a amoldarse al modelo consagrado de escritor en relación con el mundillo cultural, con otros escritores, con sus lectores, y más en general con la prensa. Los episodios conflictivos que jalonan su trayectoria son numerosos (p., 14, 170-173, 184-187, 204-205, 252-254, 275-278, 285, 291-292, 452). Que ello sea debido a lo que hace años un manual de literatura española denominaba su “solipsismo de corto vuelo intelectual” o a una elección voluntaria condicionada por la visión que quería transmitir de ella misma como alguien a quien asisten buenas facultades como novelista, pero nada más más (p., 252), es algo que no me queda claro. Seguramente una cosa encaja bien con la otra. Desde luego, esta biografía pone de manifiesto que su actitud adusta con todo lo que oliera a regodeo, tertulia, homenaje, confraternización o intrusión en el terreno de su sagrado cementerio de fantasmas vivos y muertos, podía deberse al hecho de que esos actos (entrevistas, programas, conferencias) la obligaban a vestir un traje que le resultaba incómodo, un traje que entre otras cosas estaba hecho a la medida de una visión paternalista, de regusto machista, hacia la mujer. Y de las variantes negativas del comportamiento masculino, a través de su padre,y , en otra medida, de su marido, ella sabía bastante. Además, su tendencia a ponerse en guardia hace pensar en un cauteloso reflejo defensivo ante el miedo a que se removiera la tierra bajo sus pies, quebrando su frágil equilibrio emocional. En cualquier caso, la cuestión es que esa forma tan particular suya de producirse públicamente está en la base de lo que podría denominarse el caso Laforet.
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La calle Benito de Castro, en la que estaba situada la primera casa del matrimonio Laforet Cerezales. Cerca se encuentran los jardines de la Fuente del berro, donde quizá la escritora iba a pasear.
Estas son algunas de las cosas que he leído en las líneas y entre las líneas de esta biografía que según avanza va desdeñando el plano medio de descripción (espléndida, por ejemplo, es la reconstrucción de cómo se gestó el primer premio Nadal concedido a Nada en 1945) para centrarse en las constantes de su vida, en la triste balada de quien quiso ser asistente de un circo errante, pero que, al mismo tiempo, consciente de sus facultades, hizo pensar a muchos que había nacido una novelista de largo aliento. Años después, esa misma persona acabó casi viviendo solo de los adelantos de las liquidaciones semestrales de aquella primera novela, porque no había escrito mucho más y, desde luego, nada comparable. En medio queda una pesadilla:
…en un artículo cristalizaría su rechazo a las entrevistas en forma de pequeña historia: la escritora sueña que es sometida a un interrogatorio “tipo purga staliniana” en el que alguien a la luz de unos potentes focos la obliga tener una opinión sobre deporte, religión, problemas sociales, gustos literarios…sobre todo. “Despierto sudando frío. Temblando de rabia. ¿Qué me pasa? Las preguntas no me las ha hecho nadie. Suspiro de alivio” (p., 171).
El artículo es de 1971, pero Laforet no habría tenido que girar tanto la cabeza para encontrar modelos perversos de interrogatorio policial. La pesadilla, por lo demás, recuerda al último capítulo de Elisabeth Costello, la novela ensayo de Coetzee, en el que se fabula en torno a los compromisos que debe cumplir un escritor para acceder al más allá.
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Elisabeth Costello, J. M. Coetzee, Traducción de J. Calvo, Barcelona, Debolsillo, 2005.
La ed. original, titulada Elisabeth Costello, es de 2003.
Ahí también hay un tribunal interrogador y la protagonista, una escritora profesional al final de una larga carrera, no sabe ser igual al resto de los mortales. Al hablar de sí misma se describe como secretaria de lo invisible, alguien para quien las creencias, algo que sus jueces consideran imprescindible en un ser humano para darle el pase, son solo prejuicios que le impiden escuchar las voces que la llaman a su bureau. Laforet parece haber vivido como difícilmente compatibles su vocación de escritora y su identidad como mujer con familia a cargo. Y no me refiero solo a las dificultades evidentes de orden material para hacer llevaderas las dos opciones. En esa contradicción debieron pesar factores ligados a su temperamento, a su inseguridad, al contexto histórico cultural, y también a la materia autobiográfica de la que se alimentaba su escritura. Quizá esa escritura producía incómodos efectos personales y más en la pacata España en la que vivió sus mejores años. Poco a poco su anhelo de escribir, uno de sus proyecto de vida, se extinguió. Tal vez pagó el pecado de no querer lo suficiente lo que sabía hacer, ser secretaria de su propia voz a través de sus personajes. Quizá sus fantasmas no dieran para más. Es una de las inquietantes cuestiones que no me quedan claras, como la forma de las nubes, siempre incierta.
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La segunda casa de la familia, en O´Donnell, 38, cerca del Retiro.
Por cierto, creo esta biografía hace bien en no dar respuestas tajantes a las pregunta que R. Montero se hacía en su reseña. Escrita a partir de un planteamiento que huye de las etiquetas, la pintura detallada que asoma al inicio va dejando paso a una técnica menos rudimentaria, pero más profunda y expresiva, hasta en sus silencios parciales, debidos seguramente también a las amplias lagunas de documentación (lo perdido parece mucho y lo negado a los investigadores, otro tanto). En ese sentido, es posible que una biografía más de autor, que ahondara más en la conjetura creativa, en la línea , por ejemplo, de la reflexión de Philip Roth que aparece al principio, una biografía, en suma, más reveladora, como lo era la dedicada a Umbral por A. Caballé, del interior de quienes la han escrito, hubiera tenido también sentido.

jueves, 1 de julio de 2010

Caray con Mirabeau, sous son pont coule le désir

La Convention le fait transporter au Panthéon. Mais il sera "dépanthéonisé" après la découverte de ses liens d'argent avec le roi et la reine. Je serais personnellement d'avis qu'il soit "repanthéonisé" pour cause de génie.

(Le monde, 25-06-2010)

"Le Rideau levé ou L'Education de Laure", de Mirabeau (éd. Jean-Claude Gawsewitch, 2004)

Foto de la edición española:

La educación de Laura.
Honoré Gabriel Riqueti de Mirabeau
Traducción de Paula Cifuentes
Barril & Barral Editores (Barcelona, 2009)

El pingüino cumple 72 años

Se celebra el aniversario de los Penguin Books que tanto contribuyeron a convertir los libros en un objeto de bolso, de sobaco, de bolsillo de atrás del pantalón vaquero, de redecilla del asiento de los autobuses interurbanos, fácil de olvidar en los aviones, ideal para la consulta del dentista, para defenderse en broma de los ataques, para que Carballo encienda sus fuegos, para escribir encima sin remordimientos, para doblar la esquina de la página sin tener que usar los malditos marcapáginas, para darse un capricho durante un paseo por el centro, para evitar comprar la edición en pastas duras…

Penguin paperback books

Penguin books from the 1930s. Photograph: Robert Estall/Corbis

martes, 29 de junio de 2010

Y el séptimo día el gran Coetzee sonrió

(Otra entrada sobre Coetzee:Cotilleos sobre uno mismo, confesiones y libros autobiográficos: La confesión, de M. Zambrano; programas del corazón; Verano, de Coetzee; Nada que temer, de Barnes; S. o la esperanza de vida, de A. D. Gary; Autobiografía sin vida, de F. de Azúa)

Si en algo tiene razón J. Carlin en las últimas cosas que ha escrito es al decir que el humor no está presente en la obra de Coetzee: No existe la ligereza en la obra de Coetzee. Uno no tiene oportunidad de sonreír, mucho menos reír, nunca. Su ficción se lee con los dientes apretados.

Con lo de los dientes apretados no estoy tan de acuerdo, porque si algo caracteriza a los personajes de Coetzee es la naturalidad que se desprende de quien ha asumido su identidad, aunque sea indigesta para la mayor parte de los demás. Sus grandes personajes, el profesor de Desgracia, el funcionario de Esperando a los bárbaros, la misma Elisabeth Costello, el inválido de El hombre lento, la enferma de La edad de hierro se toman en serio a sí mismos, en eso estoy de acuerdo, pero sabiendo que la dignidad máxima consiste en aceptar a sabiendas que la vida es actuación, algo ajeno a las esencias y totalmente convencional, aunque eso si, it must go on con coherencia pase lo que pase. No hacen reír, desde luego, pero casi se podría decir que resulta trágica su comedia, porque de comedia trágica se trata, de escatología atea, de tomarse en serio a sí mismo, digo de tomarse, no de serlo. Por otro lado, Diario de un mal año, por ejemplo, quizá pueda leerse a contraluz como una fábula irónica. Pero es verdad que C. es menos divertido que otros grandes novelistas de la condición humana, como Philip Roth. Es menos divertido, sí, pero es más hondo.

Bueno, pues, que Coetzee sonría es noticia en la prensa inglesa. Yo voy corriendo a ver qué expresión tiene en el retrato enmarcado que tengo de él y me lo encuentro con una media sonrisa, como si me estuviera esperando, siempre un paso por delante de los demás.

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Pequeño muestrario de esencias patrias: fútbol, toros, lengua y también Alonso

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lunes, 28 de junio de 2010

Dos graffiti de la exposición Principio Potosí

El Reina Sofía de Madrid alberga estos días una exposición, Principio Potosí, en la que se encuentran estos dos graffiti:

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Y esta estampa:

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Si quieres saber de qué va la expo clica sobre Principio potosí al principio de esta entrada.