lunes, 22 de febrero de 2010

Rincón de los libros. Uno de gánsteres

clip_image002Hans Magnus Enzensberger, La balada de Al Capone. Mafia y capitalismo

Errata naturae editores, 2009 Colección: La muchacha de dos cabezas
Páginas: 120
Precio: 10,90 €
Traducción: Lucas Sala



Una pequeña editorial reedita un volumen con dos ensayos de Enzensberger que habían sido publicados por Anagrama en el lejano 1987 como parte de una obra bastante más amplia titulada Política y delito. La edición original en alemán es de 1964. El primero de los dos ensayos es una semblanza de Al Capone, presentado como un empresario de segunda generación del crimen organizado: “Después de todo, Alphonse consideraba la ametralladora como un arma ya anticuada a la cual pensaba sustituir por elementos más modernos y más terribles, o sea: por convenios de cártel, concentración de capital y creación de trusts (pág., 40). Ya su mentor, Johnny Torrio, del que heredó la hegemonía en el Chicago de la ley seca (1920 y 1933) a partir de su prejubilación en 1925, había dotado al negocio de la eficiencia de las mejores técnicas capitalistas, pero no había comprendido las ventajas de explotación que ofrecía el monopolio económico. Al Capone sí lo hizo y acabó con la competencia. Por otro lado, fue capaz de mejorar aún más los usos internos de la empresa criminal: racionalizó la administración a través de un inmejorable departamento de contabilidad, creo todo un servicio de inteligencia con infiltraciones capilares en la administración local, además de mantener sus escuadrones de protección, a los que dotó de óptimos centros de instrucción. Pero Capone, además, nos es presentado por Enzensberger como uno de los pocos verdaderos mitos del siglo XX, una de las escasas personalidades que consiguieron introducirse en el imaginario colectivo con la fuerza de las figuras legendarias. En términos históricos, cabe decir que, todavía en 1929, Al Capone, antes de caer en desgracia con la justicia, era un ciudadano muy popular, considerado por muchos como un gran benefactor. Durante una asamblea fue vitoreado por diez mil boy scouts al grito de “!El buenazo de Al!” (bis) (p., 44). Y en 1960 , trece años después de su muerte, todavía eran numerosas las personas de toda condición y formación que tenían una imagen positiva de él (p. 50-51). La explicación que propone Enzensberger es que en el fondo, el gánster no hizo otra cosa que obedecer “a la ley todopoderosa de la oferta y la demanda…Lo que es bueno para los negocios es bueno para América: Capone estaba convencido de ello” (p. 53). Sin embargo, todo ello no sería suficiente para explicar su ingreso en el panteón de los mitos. Faltaría el envés de la figura, el conjunto de rasgos de un personaje que fascinan porque destilan misterio. El éxito para alguien con tan buenas dotes delictivo empresariales se da por descontado, pero esas cualidades llenas de aura legendaria tienen que ver con “su procedencia de un pasado exótico, precapitalista, no asimilado”. Todos los gánsteres de Chicago provenían de sociedades gobernadas feudalmente, italianos, irlandeses, polacos: “los sectores de venta…eran al tiempo, feudos; los jefes de filiales…secuaces y vasallos; y la fidelidad comercial… se basaba en las mutuas relaciones de lealtad que prescribe el régimen feudal” (p.55). También en el carácter de Al Capone (dadivoso como un monarca) y, en general, en los rituales folclóricos mafiosos, están presentes esos rasgos arcaicos (p., 56-58). Enzensberger termina sus reflexiones señalando las diferencias entre el gansterismo descrito y el de sus sucesores, perfectos altos ejecutivos del crimen, “incoloros y aburridos, tiburones corrientes y adocenados de la upper middle class” (p. 60). Si cuando escribió este libro hubiera podido ver Los Soprano o conocido los anecdotarios de los capos narrados por ellos mismos (Buscetta) y a escritores como Saviano, Lucarelli, Dickie y tantos otros, quizá no hubiese estado tan convencido de que el wild side, el lado bandido de muchos de ellos, había desaparecido totalmente, ni tampoco su carácter folclórico. Hoy mismo leo que, según parece, la Natividad de Caravaggio, robada hace cuarenta años en Nápoles, preside las sesiones de las cúpula mafiosa.

Algunas fotos y curiosidades en la prensa reciente: http://www.repubblica.it/esteri/2010/02/20/foto/museo_dei_gangster-2370375/1/. http://moagnyc.org/.

El otro ensayo del volumen está dedicado a la historia de Pupetta Maresca, otro personaje emblemático cuyas andanzas, ligadas a la nueva camorra napolitana, dieron pábulo a todo tipo de curiosas interpretaciones en la prensa. Tras haber perdido a su marido, víctima de la rivalidad entre clanes, ella misma asesinó a quien había ordenado el crimen, convirtiéndose así en una especie de terrible y admirable justiciera. En el asunto se mezclaron intereses de todo tipo, amorosos y no, en cuyo detalle, sin embargo, Enzensberger no entra. Quizá, porque está más interesado en la moraleja de la historia, que se encuentra otra vez en el quicio que separa la sociedad precapitalista, en cuyo seno tuvieron lugar los crímenes descritos y la sociedad que se llevó por delante a la anterior sin escenas abracadabrantes como las descritas. En el nuevo orden que sustituyó al anterior los cárteles económicos arramblaron con cualquier tipo de competencia, incluida la de la tradicional delincuencia organizada camorrista. Así es como el control del cultivo y comercialización del tomate campano, pasó, en un breve lapso de tiempo a finales de los años cincuenta a estar en manos de personas menos chapadas a la antigua, pero igualmente fieras, aunque se tratara de jóvenes tigres de las finanzas, abogados y expertos en cuestiones fiscales. “…Otras armas desplazaron al palo y a la pistola: convenios y letras de cambio, créditos y clausulas” (p.108). El tiempo de la omertá, de la guapperia y del melodrama había dejado el sitio a ritmos más suaves y persistentes. La víctimas últimas, los campesinos, eran aún más desgraciados.

La traducción, en mi opinión, chirría en algún momento, pero en general es correcta.

He aquí algunas perlas del contenido:

El letrero de una tienda de Chicago en los años de los pistoleros rezaba: Zurcidos invisibles y a precio módico para los agujeros de bala de su traje.

Los nombre de algunos monarcas del hampa: Jimmy Diamantes, Vincent el Intrigante, Louis-dos cañones, Jacob Dedos Grasientos, Hymie el Polaco, Quinta la Rana Saltarina.

El 1930 parece ser que la WB ofreció a Capone 200.000 dólares por interpretarse a sí mismo en Enemigo público.

En 1920 Nueva York contaba con 15.000 bares legales. Un año más tarde con la Ley seca en vigor había 32.000 tabernas con mirilla, las llamadas speak-easies.

Johnny Torrio en pleno apogeo de su poder dijo: “La policía es mi propiedad privada. A Al Capone, por su parte, se le ocurrió la siguiente comparación: “Napoleón fue el gánster más grande del mundo, pero yo podría superarlo en ciertos aspectos”.

En 1929, Capone, al que se atribuyen decenas de asesinatos, fue condenado a un año de cárcel por tenencia ilícita de armas. Fue el principio de su derrumbe.

No hay comentarios:

Publicar un comentario