jueves, 25 de febrero de 2010

Il cagnolino rampante (2). Hay afinidades electivas que o te matan o te hacen feliz.

Cómo se puede querer a un oso grizzly y a una mujer a la vez y no estar loco… O quizá precisamente porque se está loco, de esa bendita locura que nos hace descubrir en donde menos cabría pensar un motivo de dicha. Ya lo decía Valéry: “El animal, enigma verdadero, opuesto a nosotros por la similitud”. Aunque parezca una frase de El hormiguero (La mujer, esa gran desconocida…) esconde mucha verdad:

Valéry también decía que los “animales, que nada inútil hacen, no meditan sobre la muerte”. Y ya se sabe que, cuando el hambre aprieta, se pasa de la meditación a la acción y ni la carne del amo se respeta. Recuerden al respecto el caso de aquel otro naturalista, Thimothy Treadwell, a quien Herzog dedicó un estupendo documental, tan trágico que, por momentos, parece hecho en broma. Treadwell, medio hippy medio naturalista, se grabó siendo zampado por un oso como el se que ve en el enlace de arriba dando besos a su dueño, si es que así debe ser llamado.

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